











|
"No te
harás escultura ni imagen alguna ni de lo que hay arriba en los cielos, ni de lo
que hay abajo en el tierra, ni de lo que hay en las aguas debajo de la tierra.
No te postrarás ante ellas ni les darás culto". Éxodo 20,4
La
guerra de Secesión Americana, la que cuentan los libros de historia, terminó en
1865. Pero la vida de las naciones como la de sus ciudadanos es un work in
progress, una sinfonía siempre inacabada.
Hoy,
Agosto 2017, se han abierto tantas heridas que hasta la sangre inocente ha
vuelto a derramarse.
Los
blancos, dueños del país, se sublevan porque el país se moreniza, se latiniza,
se islamiza, se orientaliza y hasta se descristianiza.
Los
blancos, con las bendiciones de Mr. Trump, se organizan y resucitan la triple K.
El K.K.K. procesiona con antorchas, con cruces gamadas, con cascos y con
eslóganes incendiarios: “Jews will not replace us” y defienden sus cientos de
esculturas dedicadas a sus héroes, a sus ídolos.
A un
tal Roger Taney, Presidente de la Corte Suprema, defensor de la esclavitud y
firmante de una sentencia infame que afirmaba que los negros no eran ciudadanos
y nunca lo serían.
A
Robert E. Lee, general del ejército secesionista, encumbrado en todas las peanas
de las ciudades del Sur. La guerra civil no ha terminado. Derribar las estatuas
que ensalzan a los héroes de ayer de sus peanas y borrar sus nombres de los
parques y las calles es un paso, un paso que no cura la fiebre idólatra del
corazón humano.
¡Qué
sabia es la Torah prohibiendo las imágenes!
El ser
humano, aún el más ateo, necesita adorar a alguien, a algo, y materializa su
ardor amatorio y sexual en imágenes, en estatuas de escayola o de bronce.
La
Torah, en las Diez Palabras del Éxodo, prohíbe representar a Dios bajo ninguna
forma, pero quiere que seamos “imágenes” de Dios y quiere que los templos se
llenen, no de imágenes de escayola, sino de imágenes vivas, de hombres y mujeres
que reflejan la gloria de Dios. Cada viernes en las mezquitas, cada sábado en
las sinagogas y cada domingo en las iglesias, todo se llena de verdaderas
imágenes de Dios.
“Y
murió Moisés…y lo enterró en el valle…y nadie conoce el lugar de su sepultura
hasta el día de hoy”. Deuteronomio 34
La
Torah aborrece la idolatría, la más grosera, la que practican los politeístas y
los ateos y la idolatría más benigna, la que practicamos los monoteístas,
disfrazada con mil ropajes y camuflada bajo mil sofismas.
Moisés,
el profeta que hablaba boca con boca con Dios no tiene un santuario al que
podamos peregrinar y encender una velita por 20 céntimos. La Torah niega el
culto a todos y a todo lo que no sea Dios y le niega el culto al mayor de los
profetas.
Y
pensar que los idólatras de todos los tiempos se han peleado y matado por unas
reliquias y para mayor INRI falsas! Y pensar que seguimos orando y llevando en
peanas a santos que nunca existieron!
Ayer
revisité la catedral episcopaliana de Saint John the Divine de New York City. Lo
primero que vi al entrar fue URSUS, un gran oso de bronce, colocado delante de
la puerta central.
La
mitad de la inmensa nave central está llena de esculturas, no de santos de
escayola, sino de animales en bronce. Los santos son los vivos, los que los
domingos llenan el resto de la catedral.
“Orgulloso”
es un toro magnífico, tan impresionante como el de Osborne y luce un hermoso
pispajo.
“Wild
instinct” es el gato y “Top Gun” es el águila. Y en “Circle of Friends” los
animales, divertidos juegan al corro.
¿Qué
hacen estas esculturas de bronce en la catedral?
Nos
recuerdan que antes de que el hombre fuera creado el día sexto ya existían todos
los animales que llenaban la tierra con su alegría y su algarabía. Canto a la
creación sin jefes, sin peanas, sin ambiciones, pero apareció el hombre y exigió
su peana y todo se estropeó.
Todos
los dictadores han sido, son y serán maniáticos de su imagen. Necesitan cientos
de peanas para multiplicar su imagen, símbolo de su poder salvador.
Siempre
me ha llamado la atención que la primera acción que realizan los elegidos para
mandar: Papas, obispos y Superiores de Congregaciones sea multiplicar su
“imagen” que presidirá sacristías, oficinas, iglesias, comedores y… Manía
idólatra por su parte y manía inútil para sus súbditos a los que nunca llega ni
su calor ni su frialdad, sólo llega la peana.
Dios no
necesita peanas ni las quiere. Materializarlo sería aniquilarlo. Dios es el
Eclipse Total. Sólo sé que existe, que es uno, que es eterno y que sólo YHWH
merece mi adoración.
El
Totalmente Otro no necesita peanas, los humanos, flor de un día,
desgraciadamente viven para la peana.
Los
selfis son la peana barata de los pobres, es decir de todos. Y ahora, maldición
consumista, hasta los objetos de consumo tienen su peana.
|