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El
Judaismo y el Islam son cosa de hombres, testosterona pura, virilidad siempre a
punto.
El
Catolicismo, más feminizado, es cosa de mujeres. Sólo sus funcionarios son
varones, socialmente pseudoeunucos, en la intimidad caminan por la tensa cuerda
del sexo de victoria en victoria y, muchas veces, de caída en caída.
En mi
parroquia, escribo esta reflexión en New York, la iglesia se abre a las siete de
la mañana y se cierra a las siete de la tarde. Los días laborables celebramos
cuatro misas. A la entrada de la iglesia debería haber un letrero que dijera:
Sólo para mujeres mayores de 65 años. Unas vienen por fe, otras por tradición,
otras para socialializar. Es hermoso contemplar esta procesión de mujeres
octogenarias con sus bastones, sus sillas de ruedas, sus acompañantes... vienen
con alegría y si les das un beso haces su día. Pero es también una procesión
triste, el futuro se diluye como una voluta de humo.
Las
mujeres, en el siglo XXI, son protagonistas en la política, las finanzas, la
universidad, la medicina, la enseñanza, el ejército...y poco a poco van ocupando
puestos importantes en todos los ámbitos de la sociedad, en todos menos en la
Iglesia.
El Papa
Francisco acaba de nombrar una comisión, la enésima comisión, para estudiar el
diaconado de las mujeres. Un poco tarde, después de tanto esperar, el apetito de
las mujeres del primer mundo, si alguna vez existió, se ha apagado y el apetito
de los Obispos por compartir su poder está aún por despertar.
Cierto,
siempre hay versos sueltos, el Cardenal Basil Hume dijo en 1985 que estaría muy
feliz si la Iglesia aceptara el diaconado de las mujeres. En el reciente Sínodo
de los Obispos, Monseñor Paul-André Durocher, Obispo de Quebec, pedía
públicamente el diaconado de las mujeres. No eco, sólo silencio.
Hace
unos meses el Papa Francisco tuvo un encuentro con 900 monjas. Las monjas, fans
de Francisco, le demostraron su devoción y "adoración", con gestos y palabras y
Francisco no pudo negarles la petición de matrimonio. "Queremos servir a la
Iglesia como diáconos". "Santo Padre, abra esa puerta cerrada durante siglos".
Me
llama poderosamente la atención que sean las monjas las que hagan esa petición.
En sus constituciones no se habla de diaconado y ninguna de sus fundadoras,
todas conservadoras, pudo tener tan brillante idea. Que lo pidan las mujeres
laicas me parece justo y necesario. La vida religiosa tiene su propio carisma.
Francisco
ha cumplido su palabra y ya tenemos la nueva comisión compuesta por seis varones
y seis mujeres. Desde que empiece a caminar hasta que entregue su informe
pasarán años. Estudiarán lo ya estudiado durante siglos, buscarán en los huesos
de las cartas de Pablo el ADN diaconal, les sacarán brillo y vuelta a empezar.
Las
prohibiciones de la Iglesia son más voluntad de los hombres que voluntad divina
por más ropajes de alta costura teológica con los que se las quiera revestir.
El
diaconado de las mujeres más que una cuestión teológica es una cuestión
pastoral. Los ministerios eclesiales no nacen en la Iglesia tras sesudos
estudios teológicos, nacen de las necesidades pastorales de la comunidad.
Encontrar
una rendija teológica para celebrar a Santa Febe, diácono, es fácil si se deja
obrar al Espíritu y se parte de la consagración ontológica del bautismo. Un solo
Dios, un solo bautismo, un solo Señor Jesucristo que nos iguala a todos. Ya no
hay hombre ni mujer, todos uno en Cristo, exclama Pablo.
Los
títulos que ponemos delante de cada bautizado, cardenal y arzobispo no solo no
son bíblicos sino que son antievangélicos, son sombras y los títulos de obispo,
presbítero, diácono, venerable...no sirven de nada si no sirven.
Phyllis
Zagano, profesora de teología de la Universidad de Hofstra y miembro de la nueva
comisión, ha publicado un libro titulado: Women Deacons. Essays with answers. He
aquí su opinión: "Hay razones más fuertes en la Escritura, la historia, la
tradición y la teología para que las mujeres sean ordenadas diáconos que para
que no lo sean. El ministerio ordenado de servicio de las mujeres es necesario
en la Iglesia, es decir, para el pueblo de Dios y para la jerarquía. Por tanto
la ordenación de las mujeres al diaconado es posible".
¿Pero
por qué no contar con el sensus fidelium? Los fieles también tienen el Espíritu
y, a veces, más Espíritu que la jerarquía. Preguntar a los Obispos es preguntar
sobre poder y autoridad, preguntar a los fieles es preguntar por la igualdad.
La
iglesia, a pesar del magisterio del Concilio Vaticano II, sigue pecando
gravemente de clericalismo. La Iglesia teóricamente y prácticamente, en la mente
de los miembros del pueblo de Dios, sigue siendo la jerarquía.
Al
establecer el diaconado de las mujeres, ¿se clericalizará aún más la Iglesia o
las mujeres rejuvenezarán su imagen y el sentido de inclusión?
Tener
mujeres diáconos es bueno, pero tener una Teresa de Calcuta vale más que mil
mujeres diáconos.
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