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El
Vaticano, leo en un rinconcito del periódico, preocupado por la levedad y la
falta de impacto de las homilías dominicales, quiere ofrecer a los curas unas
directrices que curen todos los males de la mala predicación.
El
Vaticano, pararrayos celestial, después de dos mil años de predicación, reconoce
que, en este hoy, hemos perdido “el amor primero”, el fuego primordial y que
hemos predicado de omni re scibili menos de Cristo, mensajero y mensaje de Dios.
En el número 38 de la Alegría del Evangelio, hoja de ruta del Papa Francisco
para la Iglesia, se afirma: “, Lo mismo sucede (en el anuncio del evangelio)
cuando se habla más de la ley que de la gracia, más de la Iglesia que de
Jesucristo, más del Papa que de la gracia de Dios”.
Olvidado el GPS del Espíritu, nos hemos dedicado a sermonear, a visitar y revisitar la lista de los noes, los pecados de siempre y los pecados que nos
hemos sacado de la manga. Nos hemos sentido muy católicos, pero poco cristianos.
No pregunten a los expertos, teólogos de gabinete, pregunten a los teólogos de
la calle y sufridores en los bancos del templo por la celebración de la
Eucaristía.
Pregunten qué les gusta, qué consideran importante o redundante en la asamblea
dominical.
Yo he preguntado a mis feligreses, ¿cuál es la parte de la Eucaristía más
importante para ustedes?
Las palabras de la consagración, es la respuesta más repetida. Para unos pocos
la Palabra de Dios y especialmente el Evangelio. La respuesta de un niño me
sorprendió e hizo reir a los reunidos: "la colecta porque puedo dar dinero para
los pobres". Podéis ir en paz, es la respuesta más popular, aunque la menos
confesada.
A nadie se le ocurrió mencionar el sermón. Si alguien lo hubiera mencionado
seguro que no sería católico. El sermón, desgraciadamente entre los católicos,
se considera más una penitencia ineludible que un momento de alegre excitación y
de clamorosos aleluyas.
Universidades y centros privados ofrecen todo tipo de cursos para enseñar a los
alumnos y a los profesionales a ser comunicadores eficaces y brillantes.
La Universidad Autónoma ofrece tres créditos a los que se matriculan en el curso
de comunicación cuyo objetivo general es: "Potenciar la habilidad de
comunicación oral". Y uno de los objetivos específicos reza: "Persuadir el
público".
En una sociedad competitiva como la nuestra en la que vender un producto es lo
único que importa, saber venderlo es más importante que el mismo producto. La
comunicación es el envoltorio multicolor, perfumado y excitante, lo que hay
dentro es lo de menos. Compramos sensaciones, emociones, estremecimientos,
éxtasis...
Mirando hacia atrás con ira, recuerdo mis años de seminario donde todo era tan
casero, tan frugal, tan leve, peso pluma, que la mera presencia en las aulas te
garantizaba el okay. No grandes esfuerzos que hacer ni pesos que levantar.
La palabra homilía, a pesar de ser años posconciliares, nunca la escuché.
Predicar, la habilidad de la comunicación oral, de persuadir al pueblo fiel, no
formaba parte del curriculum, era un adorno superfluo, para decir misa bastaba
saber leer y conocer los gestos rituales, cruces y genuflexiones a performar con
cara beatífica.
Imagino y espero que en los seminarios, en estos tiempos de increencia, se den
cursos, no de la demodada oratoria sagrada, sino de comunicación, habilidad
indispensable en los hombres que tienen que enfrentarse a un auditorio domingo
tras domingo.
El trabajo del cura es mucho más que decir misa, leer oraciones que la gente ni
entiende ni escucha, su mayor trabajo es predicar, anunciar al mensajero y al
mensaje con más entusiasmo que el que ponen los predicadores de los goles
dominicales.
Más de la mitad de su tiempo debería estar dedicado a preparar la homilía
dominical.
¿Por qué los evangélicos les están comiendo el pan a los católicos? La
respuesta, por raro que se nos antoje, es la predicación.
Tarde, pero nunca es tarde si las directrices vaticanas sirven para poner
remedio a esta enfermedad, esta anemia homilética que sufre el clero católico.
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