¿Quién soy yo cuando no soy más que yo?

P. Félix Jiménez Tutor, escolapio.....

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Ayer leí el artículo “Enfoque Emocional del Envejecimiento” de Miguel Ángel Millán y me topé con la pregunta: ¿Quién soy Yo cuando no soy más que Yo?

En un primer momento me sentí desconcertado, y después de rumiarla me supo amarga y me noqueó.

Me vino a la mente la historia de los tres nombres con los que somos conocidos.

El nombre del Registro Civil, nombre caprichoso, que nuestros padres nos dieron después de consultar el Almanaque o los nombres de los familiares más cercanos.

La historia de los nombres de hoy, te podría contar muchas anécdotas, más que raros, son estúpidos.

El nombre por el que somos conocidos, el de nuestra profesión. “Ahí viene mi peluquero, ahí viene mi cura, ahí va mi psiquiatra”… Para los otros somos una profesión.

El nombre con el que Papá Dios nos conoce. “Al vencedor le daré una piedrecita blanca y escrito en ella un nombre nuevo, que nadie conoce sino el que lo recibe”. Hacerse viejo es intentar descifrar ese nombre nuevo, ese tatuaje interior.

Llega un día en que nadie dice: “Ahí va mi cura”... Mi Hoy nada tiene que ver con mi Ayer.

Mi nombre olvidado, mi profesión apagada, sólo busco y rebusco el nombre con el que mi THOU me conoce. Sólo soy un Yo para Él.

Yo sé que los hombres estamos hechos para envejecer, y a pesar de la medicina y de las mil pastillas de colores que compramos en el gran supermercado de la Farmacia, enfermamos y morimos.

Durante años, los religiosos somos condenados a trabajos forzados, no para ser otros Cristos, no para encarnar el Evangelio de Jesús, sino para ser otro Calasanz, otro Ignacio, otro Pedro Nolasco… y en lugar de forjar nuestras almas, las amueblamos con oraciones y espiritualidades particulares. Acabamos siendo muy expertos en los fundadores y poco expertos en nosotros mismos.

Muchos religiosos, jubilados de la escuela, carisma fundante, y con muchos años de vida por delante, con buena salud física y mental, sufren una gran crisis de identidad y de pertenencia.
No les falta el pan de cada día, pero les falta la valoración de la Institución, no son consultados y no son responsables de nada. Los seglares son mejores, les dicen, pero no pueden vestir sus sotanas.

Desde mi punto de vista, hay mucho religioso mayor desaprovechado, por no decir “anulado” o infantilizado”, afirma Miguel Ángel Millán en su estudio.

La edad nos puede jubilar de unas tareas concretas pero no de la tarea carismática. Condenados a vivir en la reserva, pasivos, aislados, espectadores, rechazados por la Institución, el sentimiento de inutilidad se convierte en angustia existencial.

¿
Quién soy Yo cuando No soy más que Yo?

¿
Qué es el sol si no tiene a quien alumbrar?

¿
Quién es Jesús, el hombre para los demás, si no tiene seguidores?

¿
Quién es un Religioso en un Instituto cuya edad media es 80 años?

¿
Quién soy Yo cuando No soy más que Yo?

Pregunta que se ha convertido en un descorchador que no consigue abrir la botella.

Envejecer como hombre entre hombres es difícil. Envejecer como cristiano, apegado al Señor Jesús, es oscuro pero esperanzador.

Los Religiosos envejecemos, pero pensar que desde el 2015 al 2020 se han cerrado más de mil comunidades religiosas, da vértigo.

No viene a cuento, lo sé, pero no me resisto a re-interpretar la afirmación de Montaigne sobre su biografía. Yo la aplico a la factoría de la santidad. “Regresaría de buen grado del otro mundo para desmentir a quien me hiciera distinto de como era, aunque fuera para hacerme “santo”.