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Los
postuladores de los santos, esos cabrones que primero miran los ceros de los
cheques, lo de las virtudes viene después de las comas, también están retratados
en el Vatileaks 2.
La
santidad “oficial”, perfume efímero, no se consigue sin transfusiones periódicas
de dólares, ésta siempre ha sido, como lo complementos Louis Vuitton, supercara
y elitista.
Francisco
quiere que la santidad certificada por los funcionarios eclesiales sea
universal, democrática y barata.
A la
santidad “oficial”, gloria de Bernini, se llega por tres caminos tortuosos: el
camino de los testigos, los fans del hombre o de la mujer, esos admiradores que
distribuyen estampitas con una oración que, a fuerza de repetirla, abra el
séptimo sello de la certificación.
El
camino de los milagros imposibles, si se hacen esperar, siempre se pueden
inventar.
El
camino de los cheques, el dinero abre todas las puertas incluida la de la
santidad “oficial”. Las congregaciones religiosas valen tanto cuantos santos
tienen en el almanaque e invierten más dinero en la santidad “oficial” de sus
fundadores y sus miembros que en los pobres.
Mientras
tanto, los miles y miles seguidores de Jesús, gente corriente, los santos de
verdad según San Pablo, nunca tendrán fans, ni estampitas para pedir milagros
que no existen, ni cepillos para los dólares exigidos por los funcionarios
eclesiales, y nunca alcanzarán la soñada santidad “oficial”.
Es
doctrina segura que en el calendario oficial hay santos que nunca existieron y
que “hacer santos” se convirtió en un negocio sucio, en una mancha negra en el
gran océano de la verdadera santidad.
Francisco,
el Papa New Age, para muchos de su curia el intruso y el advenedizo que no sabe
de la misa la mitad, sacude mandobles verbales a los obispos y monseñores que
son más amigos de Mamón que del Señor y ha abierto los calabozos vaticanos para
albergar a algunos pervertidos.
A
Francisco, gran sorpresa para mí, le gusta “hacer santos”.
El
Vaticano está de rebajas. El Papa ha simplificado el proceso de la santidad
“oficial”.
En
algunos casos, olvidándose de los tres caminos, ha cogido un atajo y, paf, ha
añadido a la lista de los héroes, al panteón de los grandes hombres de la
Iglesia a hombres y mujeres desconocidos.
Escribo
estas líneas en Los Negrales, hotelito silencioso y cómodo, propiedad del
Instituto Teresiano. La ausencia de símbolos religiosos en sus dependencias es
intencionada, no quieren asustar a los usuarios laicos que rentan sus magníficas
instalaciones.
Pero
estas señoras cultas, fans de su fundador, el P. Poveda, no han dudado en
entronizarlo, no con la aureola dorada en la peana clásica, sino que su ataúd,
memoria sempiterna, hace ahora de altar en la iglesia.
He
leído últimamente que la estación espacial del Vaticano está ultimanado los
detalles para enviar al planeta de la santidad "oficial" a cuatro hombres muy
ilustres y a una gran mujer.
Sus
fans están ya entonando el countdown para el liftoff. Estos son los afortunados.
Chesterton,
el converso que hizo de apologeta del catolicismo en la Inglaterra protestante.
Gaudí,
el arquitecto de Dios. Si sus obras son admiradas por millones de turistas, ¿por
qué no dar culto a su creador en una nueva versión de su vida?
Fulton
Sheen, el obispo americano que a través de su presencia en la televisión hizo
que el catolicismo fuera más potable para muchos americanos.
Fr.
Thomas Byles, el cura del Titanic que ofreció su chaleco salvavidas a los otros
y desde la proa responseaba por los muertos.
Dorothy
Day, mujer bohemia en el West Village de Manhattan, pecadora y luchadora por la
justicia y la paz y finalmente dedicada en cuerpo y alma a los pobres.
No me
llaméis santa. No me hagáis santa decía, que vuestros honores no sirven de nada
y no agradan a Dios.
"Me
arrojé a sus pies para adorarle y me dijo: Mira, no hagas eso, compañero de
servicio tuyo soy y de tus hermanos, los que tienen el testimonio de Jesucristo.
Sólo a Dios debes ADORAR". Apocalipsis 19,10
Según
el rabino Cohen, profesor de Harvard, sólo Maimónides es un monoteista radical,
cien por cien monoteista. ¿Y nosotros?
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