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“Por
eso lloraré y os regaré con mis lágrimas, Monzón rural y Tierras Altas sorianas.
Porque han callado los gritos de la siega y la vendimia, huyeron de los huertos
el gozo y la alegría, ni cantan ni dan gritos de alborozo en las viñas; el
viñador no pisa el vino en el lagar, ha cesado el clamor de alegría...Y quedará
un pequeño resto desvalido”. Isaías 16
Dicen
que en el desierto, más allá de las dunas doradas, existen oasis, manantiales de
agua de vida y árboles que dan un fruto cada mes y cuyas hojas son medicinales.
Dicen
que después de sufrir múltiples espejismos se alcanza el ansiado oasis.
Dicen
que en la ciudad secular existen también oasis, iglesias en las que los
buscadores sedientos son tantos que hasta se disputan los asientos.
Unos
van en busca del desfibrilador que agite y despierte el corazón. Vibraciones
cálidas.
Otros buscan grandes argumentos teológicos para llenar sus cabezas.
Otros no buscan nada. Se hincan de rodillas, principio y fin de su religión.
En la
España vacía oigo con asombro y envidia los relatos de esos insospechados oasis
y bendigo a Dios. Dicen que...y me pongo a soñar.
En el
Monzón rural de la Litera y la Ribagorza, mi hoy, nada de exquisiteces
litúrgicas ni teológicas, la ignorancia secular es un plus, y los curas, ayer
presidentes del ciclo vital de sus habitantes: bautizos, bodas y funerales, hoy,
en su servicio de emergencia, sólo les queda la misa dominical.
Los
judíos, para nosotros los del Antiguo Testamento, aún conservan la Minyan.
La
presencia de 10 varones en la sinagoga es condición sine qua non para celebrar
el servicio religioso y para la presencia de Dios en el together.
Siempre
existió un Adán solo, pero nunca hubo una Eva sola. “One person alone will never
be a completely realized human being”.
La
Minyan enseña a los varones a salir de su individualismo y les recuerda que no
sólo hay que vivir con los otros sino que hay que rezar con el Otro y con los
otros.
Los
curas, en la España vaciada, vieja y olvidada, cansados de viajar como las
ambulancias, han comenzado a exigir la Minyan a sus feligreses.
La
inmensa mayoría de los pueblecitos del Monzón rural y de Tierras altas sorianas
aún incluyendo en la Minyan a las mujeres no la completan. Las misioneras del
Domingo no seducen a sus maridos.
El
ciclo vital de sus habitantes completado, el tiempo restante es pura carga.
El consumo de
alimentos terrestres se hace innecesario. El armario no necesita nada y sobra
casi todo, en la nevera todo es low fat, sugarless, sin calorías.
El
consumo de religión, el templo, en estos parajes, es un zigurat frío y en un,
dos, tres, you're out, bajo en calorías, engorda poco.
El
corazón no está para vibraciones, la cabeza renuncia a los sermones y las
rodillas, bendito sea Dios, no se doblan ya para nadie.
Los
curas, con o sin Minyan, montan en sus ambulancias y continúan su servicio de
emergencia.
Vendidas
las casas parroquiales, los curas dejaron de estar presentes, de ser vecinos y
contertulios en el teleclub del pueblo.
Congregar
al pueblo desde la ciudad es tarea encomiable y los curas como cualquier otro
funcionario hacen su servicio de emergencia, entre dudas e interrogantes sin
respuestas, para “cumplir” con los hombres.
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