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La
Iglesia vive, si no en exilio, sí en un estado de marginación. Sus templos y sus
funcionarios están ahí como siempre pero parecen no estar, ya no ocupan el
centro del escenario social, ya no son protagonistas de casi nada, confinada,
vive on the sidelines, entre bastidores.
El
centro del escenario y sus potentes focos iluminan a otros protagonistas sin
uniformes y sin títulos sagrados. Es el mundo al revés del que nosotros, los
mayores, conocimos.
Hubo un
tiempo en el que las religiones tuvieron el monopolio del NO, imponían leyes y
prohibiciones a creyentes y no creyentes.
El
Judaísmo, con sus 613 mandamientos de la Torah, tenía cubiertas todas las bases.
El Día
Séptimo, día del descanso para todas las personas y todas las bestias, era el
día del NO por excelencia, pero era también el día del SÍ al amor de los esposos
en la cama matrimonial.
“El
Sábado es mi delicia” grita el profeta-poeta Isaías.
Los
manuales de moral de la Iglesia católica eran tan puntillosos que abarcaban y
describían no sólo los hechos prohibidos sino también los pensamientos más
secretos.
El
escenario ha sido invadido por nuevos actores, los gobiernos y sus ministros,
que siguen nuevos guiones y nuevos códigos de conducta pública y privada, y son
mucho más opresores que los de las religiones. Estos se pagan, no con una
penitencia, se pagan con Euros.
Te
pueden encerrar en tu casa como se encierran a las fieras en jaulas en el Zoo.
En esta
sociedad, más indiferente que hostil, las religiones han perdido su atractivo,
no van a desaparecer, pero tienen que deshacerse de muchas cosas que no
pertenecen a su esencia.
Muchas
cosas han acabado. Dios no está acabado.
Dios y
sus adoradores, los de verdad, no necesitan publicidad barata e insustancial.
Leyendo
el periódico The Guardian encontré una página titulada: The Cult of Diego-Maradona
in Pictures.
El
Dios, cuyo nombre no debe tomarse en vano, cuya última esencia, infinity, es
nothingness, nada, le resulta difícil de visionar y adorar al hombre
tecnológico, ha sido sustituido por un dios menor.
El
Olimpo de los dioses menores ha banalizado la existencia de los hombres. No
cotizan en la bolsa, pero están en las rebajas del merchandising.
Vivimos
en continuas rebajas religiosas.
La
religión en esta sociedad permisiva no sube los impuestos, todo es gratis total,
todo rebajado y aun así no aumentan los consumidores.
La
religión asume,sin rechistar, su papel de actividad no esencial.
Los
gobiernos, legisladores de lo bueno, de lo malo y de lo feo, en lugar de
confinar a Mr. Coronavirus, cierran fronteras, cierran las puertas de las
murallas de la ciudad, cierran catedrales, cierran la ermita de Pastriz y sacan
a los muertos de las tumbas y a los vivos los entumban.
Alegraos,
hinchas y fans, nos queda el futból, el Larguero, el Transistor, el Carrusel..
La
radio y la televisión nos informan, nos entretienen y nos predican con atronador
vocerío las proezas de los dioses del pasado y del presente y cada Gol es
cantado con gritos desmesurados y gemidos inenarrables. (Y si los curas los
imitaran)
Nos
queda el dios Maradona, un dios menor, pero dios para muchos, con corona, con
altar, con novena y con reclinatorio para adorarle y de rodillas pedir por su
sanación y su inmortalidad.
Los
hombres de hoy, fieles sólo a la tierra, se han olvidado del Dios del Cielo que
no mola, que no pone horny y buscan dioses menores que entretengan y susciten
pasiones por los cuales se pueda pelear y romperse la cara.
Estos
dioses menores no están de rebajas, sus salarios millonarios no escandalizan a
sus adoradores, son tan buenos, están tan buenos que hasta les subirían el
sueldo cada vez que ganan un trofeo.
El
Futból, símbolo de lo que apasiona y enajena, es el opio del pueblo. Opio, droga
aprobada por el ministerio de sanidad y recomendada para acabar con el silencio
y el aburrimiento dominical.
El
domingo se va al templo del Futból con los niños, su misa, no dura 35 minutos,
dura dos horas sin contar desplazamientos, bufandas, camisetas...para adorar a
unos dioses menores.
San
Diego Maradona...
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