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Muchos
pueblos de la provincia de Soria son cementerios olvidados y la inmensa mayoría,
pueblos sin futuro, están a unto de cerrar la última puerta y perderse en las
sombras del sheol.
Desaparecer,
el olvido eterno, más que una tragedia es destino ineludible de los vivientes.
Los pueblos
del páramo soriano con o sin eutanasia y, a pesar de la cirugía estética del
verano, mueren y merecen morir. Los matusalenes solitarios y huraños, perdidos
en una geografía inhóspita, hombres y mujeres que viven como San Saturio pero
sin su mística, resisten numantinamente en sus reductos y desoyen los cantos de
sirena de la nueva civilización.
“Cuando
termine la muerte,
si dicen: !A levantarse!,
a mí que no me despierten”. Manuel Alcantára
Hay
resurrección hasta para los pueblos muertos. Los hemos despertado, muertos o a
punto de morir, gozan de una gloriosa resurrección, aunque sólo sea virtual, en
el nuevo continente de Internet.
Como uno
visita los Museos Vaticanos sin salir de casa, yo me he paseado por los pueblos
sorianos navegando por la red.
“Un día le
dije a Julio Llamazares que una de las cosas más tristes es haber nacido en un
pueblo que ya no existe”, escribe Jesús Vasco en la web de Sarnago. Orfandad del
que se queda sin raíces, tan dolorosa como cualquier otra.
Sarnago, no sé
si estás despoblado, pero sí sé que estás vivo. Yo he recorrido tus calles con
los vecinos de ayer y los de hoy, con vosotros he recuperado la pila bautismal,
símbolo de la fe siempre perdida y siempre por encontrar, he navegado por el mar
tranquilo y esperanzado de vuestra Revista y José Carlos Santamaría Pérez en “La
Tierra se hace Carne” ha despertado los fantasmas de mi infancia. He conocido
vuestros personajes ilustres y sus libros que me propongo leer como la Lluvia
Amarilla e Historias de la Alcarama. Para no olvidar, para no morir del todo nos
quedan los libros.
Hay webs
oficiales, las de los Ayuntamientos, que como el BOE carecen de interés, no
corre sangre por sus venas, no alimentan el espíritu y nacen muertas. Obras de
funcionarios que no funcionan.
Y hay webs,
las de esos huérfanos que, en su búsqueda del tiempo perdido, embellecen e
idealizan el paraíso del que fueron arrojados.
Sus rimas y
sus leyendas, sin gozar de la marca de gran literatura como las de Becquer, el
tísico que paseaba por las calles de Noviercas, tienen un perfume popular
envidiable.
La leyenda del
Burro del tio Cazio o el Chupina en Beratón o Cuando fui campanero.
El blog de
Juanjo Delgado de Almarail, el blog de Alberto de Fuentestrún y tantos otros
siempre actualizados y vivos, son una gratísima sorpresa para propios y
extraños.
La Voz de
Trébago me recuerda que en otoño hay que coger moras y me recuerda “cómo se daba
alojamiento a los mendigos a reo de vecino”.
En Trébago
presentan libros y se conectan con los que se fueron a Méjico a hacer las
Américas y las fiestas patronales ya no son sólo asunto interior sino comunión
con el exterior.
Este turismo
virtual por los pueblos de Soria es un “regreso al pasado”, que, a la luz y la
velocidad del presente se nos antoja triste y aburrido, famélico y sin
horizontes, amordazado y clerical, y sin embargo feliz. Las pasiones y las
ambiciones humanas, hoy vividas a cielo abierto y pregonadas por todos los
media, las mismas pasiones fueron vividas ayer aunque subterráneamente y
cuchicheadas en el confesionario.
Querámoslo o
no, nuestros pueblos son pasado que revisitamos, pasado del que pronto no habrá
nadie que haga memoria por más que lo colguemos en la red. Que solos se quedan
los muertos, que solos se quedan los pueblos.
Yo he
terminado el verano hospedándome en el mejor hotel de Soria, el Monasterio de
Santa María de Huerta que parece tener futuro. Las pieadras tienen futuro e
invertimos más dineros en las piedras románicas o monacales que en los hombres
que las miran con indiferencia.
Aquí,todo es
silencio, silencio lleno de la salmodia encantada de los monjes.
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