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El
destronado Cardenal Raymond Burke, ahora cabeza pensante de Los Caballeros de la
Orden Malta, esa cosa medieval y de gente “gorda” que diría Luis Landero, sigue
concediendo entrevistas estrafalarias y jugosas y siente nostalgia de un pasado
muerto y enterrado, que su avinagrada reverencia no podrá resucitar.
Cualquier
tiempo pasado de la Iglesia fue mejor, parece afirmar el Cardenal Burke.
Ayer,
siglo dorado de la verdadera religión, el sacristán era un varón, el organista
era un varón, el monaguillo era un varón, los seminaristas eran varones, el cura
era un varón...sólo varones en el altar, sólo varones en la escalera de caracol
de la jerarquía, hasta el lenguaje de la religión era varonil y puramente
masculino: Dios es Padre, su Hijo es varón y muere por todos los hombres.
La
Iglesia era el ámbito de la masculinidad, de la virilidad envainada y las
sacristías eran el vestuario de los hombres, vestuario sólo para hombres.
Este
pasado glorioso y triunfante, regido por unos hombres que llevaban galones o
seda roja, era el ámbito de una férrea disciplina militar impuesta a sus
súbditos.
La
Iglesia se ha feminizado, en palabras originales del original Cardenal: “the
radical feminist movement strongly influenced the church”. El movimiento
feminista ha influido a la Iglesia strongly, poderosamente.
Esta es
la queja amarga de todos los adoradores de un pasado forjado por hombres y para
sólo hombres.
La
Iglesia afeminada de hoy es la causa de todos los males presentes.
Los
niños, "caballeros del altar", vivero de vocaciones, ya no quieren ser
monaguillos, ahora es cosa de chicas. Estas han ahuyentado a los chicos. Esto
según el Cardenal Burke, ha contribuido a la pérdida de vocaciones al
sacerdocio.
La
catequesis es un ministerio femenino. Hay tantas teológas como teológos. El
altar está lleno de mujeres lectores, mujeres ministros de la eucaristía,
mujeres cantoras, mujeres que son administradoras de parroquias...tanta
presencia femenina ha contribuido a que los varones se autoexcluyan del servicio
litúrgico y hasta los curas feminizados y confundidos en su sexualidad han caído
en todo tipo de conductas pecaminosas.
Ignoro
el número de varones, cardenales, obispos y curas, que comparten esta visión
oscura y entonan cada día un oficio de tinieblas por una Iglesia necesitada de
redención y se despiertan recitando la oración judía: Te doy gracias Señor
porque no me has hecho mujer.
No hay
que ser un lince para reconocer que la sociedad, en su totalidad, cuenta con las
mujeres y las necesita, cada día más, en el campo de la enseñanza, la sanidad,
los medios de comunicación y el ejército y que no hay trabajo que, hoy, les esté
vetado.
Sólo la
Iglesia veta a las mujeres.
La
Iglesia se ha feminizado, sí, gracias a Dios, tarde, pero más vale tarde que
nunca. Las mujeres llenan los templos y llevan a cabo muchos trabajos que los
varones, muy machos ellos, ni saben ni quieren realizar. Su presencia ha
cambiado la Iglesia para bien.
Sin las
mujeres aún seguiríamos quemando en la hoguera a las muchas Juanas de Arco que
la defienden con las armas de la ternura, de la oración, del servicio y de su
presencia. Las mujeres no saben nada de cruzadas ni de inquisiciones. Los
hombres están manchados de sangre de los pies a la cabeza.
María,
proclamada dichosa de generación en generación, es simple modelo de obediencia y
sumisión para todas las mujeres. Como María, las mujeres tienen que estar en el
cenáculo con los apóstoles en pie de igualdad y con la misma dignidad.
Vivimos,
en Europa, días de indignación. Contemplar París, la ciudad del amor, tomada por
el ejército me causa gran malestar.
El
Islam necesita un Concilio Vaticano II. En las mezquitas, enjambre de hombres,
hay más testosterona que piedad, hay más edad media que modernidad, hay más
fervor guerrero que deseos de paz, hay más rebelión de los pobres que religión.
Lo
único que le falta al Islam es la presencia de las mujeres libres y liberadas.
El día
en que el Islam, creo yo, empiece a integrar a las mujeres y las acepte en pie
de igualdad, ese día, el Islam dejará las armas, la violencia y el derramamiento
de sangre.
Las
tres grandes religiones monoteistas, machistas en su origen, esstán llamadas ser
menos religión y más movimiento del espíritu, presente en hombres y mujeres, en
niños y niñas, en viejos y jóvenes.
Dios no
veta a nadie, la religión, desgraciadamene, sí.
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