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“Si
encontraba palabras tuyas, las devoraba. Tus palabras me servían de gozo, eran
la alegría de mi corazón”. Jeremías 15,16
Miles y
miles de libros se publican cada año en todas las lenguas del mundo, leemos
algunos: el último premio Nobel, el último Bestseller, el recomendado por un
amigo, el más publicitado… e ignoramos, por falta de tiempo y por falta de
idiomas, otros muchos.
Un
libro entretiene, ayuda a matar el tiempo y, según un muy viejo anuncio, ayuda a
triunfar.
Vivimos
sumergidos en la cultura del ocio y del entretenimiento, del video corto de Tik
Tok, Youtube Shorts. ¿Qué veinteañero o treintañero se bebe las 1727 páginas de
Los Ensayos de Michel de Montaigne?
Sólo hay un libro traducido a todas las lenguas del mundo.
Sólo hay un libro que se abre todos los domingos en todas las iglesias
cristianas del mundo.
Sólo hay un libro que decora el 95 % de las estanterías del mundo.
Sólo hay un libro que no ayuda a triunfar, pero sí ayuda a salvarse: EL LIBRO.
LA BIBLIA.
“El
Santo Sínodo”, en el número 25 de la Dei Verbum, “recomienda insistentemente a
los fieles la lectura asidua de la Sagrada Escritura para que adquieran la
ciencia suprema de Jesucristo”.
No nos
recomienda la lectura de los sabios escritos de los doctores de la Iglesia ni
los libros piadosos que tanto abundan en los conventos. Dios no produce basura,
los hombres producimos mucha basura orgánica, literaria, teológica y piadosa. El
Concilio nos recomienda EL LIBRO, LA BIBLIA.
“El
Magisterio no está por encima de la Palabra de Dios, sino a su servicio”. (Dei
Verbum nº 10)
Aforismo poderoso que concede a todos los que la leen y la escuchan el derecho
de interpretarla, predicarla y vivirla.
Tarde
te conocí, LIBRO tan antiguo y tan nuevo, y tarde te amé. Te gusté un día y
desde entonces tengo hambre y sed de ti.
Los
católicos, curas y laicos, fuimos nada bíblicos y seguimos siendo poco bíblicos.
La BIBLIA fue y sigue siendo monopolio de las iglesias protestantes, nosotros
jugamos en otra Liga, tenemos otras distracciones, tenemos los sacramentos, San
Roque y su perro, Santa Águeda y sus senos en bandeja de plata, San Sebastián
hermoso y desnudo y asaeteado y…
Cuando
se abre EL LIBRO los domingos, miro a la minyan de mi iglesia y dudo si se
proclama algo más que palabras. ¿Si les leyera una página del predicador
Zarathustra alguien protestaría?
María
Dolores, una feligresa ilustrada, me repetía entre risas: “El Antiguo Testamento
no me gusta, no lo entiendo y no lo necesito, no lo predique”.
Celso en el siglo II decía lo mismo con más elocuencia insultante y venenosa.
Si mis
feligreses son incapaces de recordar un versículo del N.T, ¿cómo pedirles que
entiendan y amen el A. T.? ¿Cómo hacerles comprender que sin el Antiguo no
existiría el Nuevo Testamento?
Sin el capítulo 3 del Génesis no habría Paraíso, no árbol de la vida, no pecado
original, no sexo malo, no “Felix Culpa”, no Goel, no Redentor y sin Isaías
7,10-14 no habría Virgen, no niño, no Navidad, los predicadores no tenbdrían
nada que predicar y los artistas no tendrían nada que pintar.
Gracias
al LIBRO, occidente respira un aire gracioso y los gadgets que manipulamos no
acaban con nosotros gracias al hálito de vida que desde el día uno Dios infundió
en nuestras narices.
“Oh, cease to glorify man,
Who has only a breath in his nostrils!
For by what does he merit esteem”? Isaiah 2, 22
Ojalá
tuviera razón María Dolores y no hubiera que leer el Antiguo Testamento como no
leemos el poema de Gilgamesh, su telonero.
Yo,
enamorado de EL L I B R O, lo leo y releo bolígrafo en mano.
Ojalá todos
los católicos estuviéramos unidos, de verdad, por EL L I B R O.
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