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Mañana
y tarde rezamos por las vocaciones, pedir por pedir. Alguien susurra, “en África
y en Oceanía las tienen sin necesidad de oraciones”.
Mañana
y tarde rezamos por la salud de un enfermo. Alguien susurra, “ese no es mi
oficio, llévenlo al médico”.
Mañana
y tarde rezamos por la lluvia. Alguien susurra,”todas las esclusas celestes
están abiertas”.
Por
fin, sin rezar, hoy llueve e interrumpe mi caminata de l’après-midi.
Para
entretenerme abro el cajón de las palabras olvidadas y de los recuerdos.
El P.
Saturnino Muruzabal, hombre sabio y predicador incansable, sin folios y sin
aburrimiento, nos reunía las tardes de lluvia, -felices ideas,- para iniciarnos
en el goce de la música clásica y despertar la afición a la escritura.
Abría
el cajón de las palabras olvidadas y decía: baldosa. Veinte minutos para que
cada uno describa su baldosa. Sesenta jóvenes exprimiendo un limón para que
soltara una tímida gotita.
Mi
limón soltó gotitas de colores que dibujaron una escena de amor en mi blanca
baldosa. Un éxito, lo recuerdo bien. Los colores, en aquella nevera plateresca,
eran atrevidos.
La
siguiente semana, del cajón de las palabras olvidadas, salió la palabra
-”campana”-.
Siendo
campanero oficial, junto con tres compañeros robustos, éramos expertos en
volteos pascuales, badajos que callan, badajos que tocan a gloria, badajos que
aturden, badajos exhaustos… El lenguaje de las campanas lo traducíamos para los
feligreses: “que llaman a zofra, que convocan al Ángelus, que hablan de muerte,
que es Domingo, que es la hora del culto, que suenan para ustedes”…
Aquella
tarde la palabra campana llenó vasos de agua divina y purificadora.
Las
campanas -Ayer- tenían alma, eran celebridades, eran las protagonistas de la
Fiesta, de la Gran Fiesta, la Pascua de Resurrección. Ese Domingo se volteaban,
juego juvenil, se dormían y emitían todos los sonidos que su bronce almacenaba.
Escuchar
las campanas -Ayer- era mucho más que oírlas, era experimentar lo sagrado, era
sentirse convocado a la gran asamblea.
Las
campanas son la voz de Dios, el quejido de Dios expulsado del mundo de los
hombres que quiere conectar con toda la creación.
Hoy, el
hombre, habitante de la ciudad secular no las necesita y hasta las maldice. No
quiere que nadie le recuerde su dimensión trascendente, no quiere abrir el cajón
de las palabras olvidadas y de los recuerdos.
Une
ville sans cloches est comme un aveugle sans sa canne. Una ciudad sin campanas,
según el dicho francés, es como un ciego sin su bastón.
No
tenemos que esperar a que el Doomsday clock dé las campanadas de la medianoche
para tocar arrebato.
Yo
quiero que todas las campanas de los pueblos del Arciprestazgo de Peralta de la
Sal, condenadas al silencio durante años,bien engrasadas, sean despertadas y
toquen a Gloria, el 17 de abril de 2022, Día de Pascua de Resurrección. Ojalá
todas las campanas se sumen y formen un gran concierto en la tierra y en el
cielo.
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