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Y Trump
dijo: “I am the Chosen One”, “Yo soy el Elegido”, y el sol se paró.
Trump,
en su megalomanía sin límites, necesita ser adorado. Su Yo, siempre afilado,
prescinde del “nosotros” tan americano, tan constitucional, “We the people”...
Sus enojos, su ira y sus regañinas van dirigidas a los que no lo veneran.
En los
evangélicos, esos cristianos amantes y fieles servidores de la letra de las
Escrituras, ha encontrado, si no un escudo, sí una hoja de parra para tapar sus
vergüenzas.
Trump,
el presidente americano menos religioso, nada religioso, ateo oculto, nunca
visita una iglesia, si por protocolo tiene que asistir a un funeral se aburre al
no ser protagonista de nada, es el presidente más adorado por los evangélicos
que, apagando el Espíritu, se venden por un puñado de dólares y por tener acceso
al poder.
Los
evangélicos, esos predicadores del Evangelio de la Prosperidad, se tapan los
ojos para no ver sus muchos pecados contra el primer mandamiento, pecado de
idolatría y de blasfemia, toma el nombre de Dios en vano, pecados más graves que
los cometidos contra el sexto mandamientos: divorcios, adulterios y visitas a la
célebre Stormy Daniels, profesional del porno, y callan los insultos a los
emigrantes y a todos los que no son blancos como él. El segundo mandamiento, el
del amor al prójimo, ni lo conoce.
Los
evangélicos se han uncido a su presidencia que defienden con más pasión que la
presidencia de Dios. El 80% de estos fanáticos de la letra de la Biblia le
votaron. Muchos católicos, los contrarios al aborto, one issue voters, le
votaron y se olvidaron de los otros mandamientos y de los mil problemas que la
sociedad americana y el mundo tienen.
Probablemente
Trump, en su interior, se ríe de esta gente mentecata, pero los aguanta y
protege porque además de ungirle con sus manos y sus oraciones, estos trovadores
desde sus púlpitos cantan sus hazañas, y, por añadidura, recibe sus votos.
Alianza
hipócrita por ambas partes. La tentación de las Iglesias, de las Religiones, es
la de acostarse con el poder. Las que no se atreven a entrar en la cámara
nupcial a fornicar se quedan a la puerta, en plan mendigo hambriento, para
recibir unas migajas.
!Qué
lejos de Jesús de Nazaret y qué cerca de todos los Constantinos imperiales del
mundo!
El
periodista Wayne Alan Root se ha convertido en el trovador Número Uno de Trump y
desde su púlpito, televisión y periódicos, lo ha declarado Mesías de Israel y
del mundo.
“El
Presidente Trump es el mejor Presidente para los judíos y para Israel en la
historia del mundo, no sólo para América, los judíos de Israel lo aman como si
fuera el Rey de Israel, como si fuera la Segunda Venida de Dios”.
Trump
agradece a Root estos títulos mesiánicos y se abraza de una manera especial al
título de King of Israel.
Trump,
divinizado por sus worshipers, mira y apunta al cielo y dice: “I am the Chosen
One”. Yo soy el Elegido, Yo sólo puedo arreglar el mundo. Se lo empieza a creer.
¿Y si hiciera,_ o sus devotos le atribuyeran, _ un milagro?
Uno de
sus fervorosos seguidores escribe: “Soy evangélico, soy votante de Trump, pero
es una gran blasfemia hablar de “la segunda venida de Dios” refiriéndose a Trump.
Autodivinizarse
o dejarse divinizar por sus incondicionales seguidores es pura idolatría, es el
gran pecado bíblico, pecado castigado con el exilio y denunciado por los
profetas.
Bernabé
no era Zeus y Pablo no era Hermes y tuvieron que recordar a sus oyentes que
“Nosotros somos meros seres humanos como vosotros”.
Al
César, cuando entraba victorioso en Roma, le susurraban al oído: “Recuerda que
eres mortal”.
Eso que
llaman monoteísmo sólo existe en los libros y en la teología de Maimónides.
En cada
ser humano duerme un idólatra y cuando se despierta mira a su alrededor y se
declara dios.
Cuando,
a la hora de votar, escucho las razones por las que cada uno vota a su “Trump”,
escucho no los intereses de la sociedad sino los intereses de una profesión, de
una religión de una clase social.
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