¿CAMBIAR? SIEMPRE

P. Félix Jiménez Tutor, Sch. P.

   

 

 

El río Duero en la cima del Urbión, un hilillo de agua limpia, en Oporto, un mar contaminado.

El judío Jesús, en el principio, una presencia gozosa, en Roma, un extranjero escandalizado.

La Iglesia católica esconde muchos esqueletos en sus armarios.

La televisión, ventilador de toda la basura humana, está haciendo que los americanos visiten Wikipedia para investigar quienes eran Los Borgias.

En 1492, Alejandro VI compró el papado y representa su versión más diabólica: promiscuidad sexual, incestos, asesinatos, chantajes, venenos, poder, dinero, queridas…colección de todos los pecados para sazonar una serie de televisión insuperable.

En 1517, Lutero, monje agustino, clavó sus 95 tesis en la puerta de la catedral de Wittenberg y se produjo el segundo seísmo eclesial, vino la Reforma Protestante.

Lutero, con la Biblia en la mano, única espada digna de ser blandida, denunció la profunda corrupción eclesial que clamaba al cielo.

La Iglesia, institución humana, ha cambiado muchísimo desde aquellos años.

Algunos creen que ha cambiado demasiado, otros que no ha cambiado nada.

Ya no hay Borgias en el Vaticano, pero hay mucho estado, mucha curia romana, mucha burocracia, muchos purpurados, príncipes renacentistas, mucho culto al jefe y a sus embajadores, mucha hojarasca…

La lista de los artículos que se podrían quemar en la hoguera de las vanidades es aún larguísima.

Lo único que no se puede quemar es el evangelio de Jesús.

Jesús, el hombre que vino a anunciar un nuevo orden de cosas o reino de Dios, no vino a convertirse en una celebridad más para ser adorado por una turba de fanáticos.

Jesús y su evangelio, no la teología romana, son el referente del cristiano.

Francisco de Asís no quería que sus frailes fueran ratones de biblioteca, los quería lectores del evangelio y evangelios ambulantes.

Todos queremos que la Iglesia cambie más y más de prisa.

Ha cambiado y se ha luteranizado en la celebración de la liturgia, dando la espalda a Trento del que hemos bebido hasta el Concilio Vaticano II.

El sexo, ayer, pecado necesario para la procreación, hoy, es el mejor regalo de Dios.

La píldora anticonceptiva, ayer tabú, hoy, es una bendición, llovida del cielo, para el 98% de las mujeres católicas.

El sacerdocio como servicio a la comunidad existirá siempre, su forma presente desaparecerá.

La Iglesia, obra de los hombres, sólo será triunfante al final de los tiempos, en este intermedio, sólo debe aspirar a ser pobre y servidora.

“La mayoría de las iglesias morirán de aburrimiento, no por las controversias”, afirma el obispo John Spong.