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HOMILÍA DOMINICAL - CICLO A Trigésimo cuarto DOMINGO - Solemnidad de Cristo Rey P. Félix Jiménez Tutor, escolapio ... |
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EVANGELIO En aquel tiempo Jesús dijo a sus discípulos: -Cuando venga en su gloria el hijo del hombre y todos los ángeles con él, se sentará en el trono de su gloria y serán reunidas ante él todas las naciones. El separará a unos de otros, como un pastor separa las ovejas de las cabras.
Y pondrá las ovejas a su derecha y las cabras a su izquierda. Entonces dirá el rey a los de su derecha: Venid vosotros, benditos de mi Padre; heredad el reino preparado para vosotros desde la creación del mundo. Porque tuve hambre y me disteis de comer, tuve sed y me disteis de beber, fui forastero y me hospedasteis, estuve desnudo y me vestisteis, enfermo y me visitasteis, en la cárcel y vinisteis a verme.
Entonces los justos le contestarán: -Señor, ¿cuándo te vimos con hambre y te alimentamos, o con sed y te dimos de beber?; ¿cuándo te vimos forastero y te hospedamos, o desnudo y te vestimos?; ¿cuándo te vimos enfermo o en la cárcel y fuimos a verte?
Y el rey les dirá:- Os aseguro que cada vez que lo hicisteis con uno de estos mis humildes hermanos, conmigo lo hicisteis
Y entonces dirá a los de su izquierda: - Apartaos de mi, malditos; id al fuego eterno preparado para el diablo y sus ángeles. Porque tuve hambre y no me disteis de comer, tuve sed y no me disteis de beber, fui forastero y no me hospedasteis, estuve desnudo y no me vestisteis, enfermo y en la cárcel y no me visitasteis.
Entonces también éstos contestarán:- Señor, ¿cuándo te vimos con hambre o con sed, o forastero o desnudo, o enfermo o en la cárcel y no te asistimos?
Y él replicará: Os aseguro que cada vez que no lo hicisteis con uno de éstos, los humildes, tampoco lo hicisteis conmigo.
Y éstos irán al castigo eterno, y los justos a la vida eterna.
HOMILÍA 1 Cuentan que hace años, un soldado americano que viajaba en un autobús, en Suecia, le dijo al hombre sentado junto a él: "América es el país más democrático del mundo. Cualquier ciudadano puede ir a la Casa Blanca a ver al Presidente y discutir los problemas con él". Y el hombre le contestó: "Eso no es nada. En Suecia, el rey y la gente viajan en el mismo autobús".
Cuando el hombre se bajó del autobús, le dijeron al americano que su compañero de asiento era el mismo rey Gustav Adolf.
Yo elijo al Rey
Érase una vez un rey que quiso compartir sus bienes con todos sus súbditos.
Proclamó un bando invitándoles a reunirse en el patio de armas; allí, en el día asignado, cada uno podría coger lo que quisiera.
Llegó el día y en el gran patio estaban expuestas todas las riquezas del rey: Joyas, relojes, alfombras, muebles, coches…
En medio del patio, un gran trono desde el cual el rey examinaba a sus súbditos. En sus ojos brillaba la avaricia mientras admiraban aquel enorme mercadillo gratis del jueves real.
Una anciana se acercó al trono del rey y le preguntó: ¿Es verdad, majestad, que puedo elegir lo que quiera de lo que aquí veo?
"Sí, puede elegir lo que usted quiera", le contestó el rey.
"Entonces, yo elijo al rey", dijo la anciana.
"Por haber elegido al rey, todo lo mío es también suyo".
La ancianita, sabia y nada avariciosa, eligió lo mejor, el rey, el dueño de de las cosas, el señor del reino. Y entró a formar parte de la familia del Rey.
El año litúrgico, el año de la iglesia, termina con esta fiesta magnífica: Cristo Rey. Cristo ayer, hoy, siempre.
Elegir al rey, elegir a Cristo es peligroso, exige asumir su vida y su destino.
Exige: servir, lavar los pies, mancharse las manos, comer con los pecadores, obedecer al Padre, dar la vida.
Cuando leemos un libro o seguimos una telenovela nos pica la curiosidad y queremos conocer el final. ¿Terminará bien? Y, a veces, hacemos trampas y leemos la última página para conocer el final.
Hoy hemos proclamado el último discurso de Jesús, según San Mateo, el discurso escatológico, en el capítulo 25.
"Cuando el Hijo del hombre venga en su gloria rodeado de todos sus ángeles se sentará en su trono, como Rey glorioso. Delante de él se reunirán todas las naciones".
San Mateo nos presenta el juicio final como si se tratara de una gran película de Hollywood.
Jesús, rodeado de ángeles, sentado en su trono, revestido de gloria, y ante él todas las naciones vestidas con sus trajes típicos. Y dejará a todos desnudos y hará una gran hoguera con todas las ropas porque ha llegado la hora de la verdad. Y la verdad no es la apariencia externa, sino la verdad de la vida y del corazón.
Y todos desnudos y todos iguales, todos seremos examinados sobre la única materia, sobre la única exigencia, sobre el único mandamiento de Dios: el amor a Dios y al prójimo.
Alguno pensará, fantástico, ese test lo paso yo.
O sea, padre, que no me preguntará: Cuántos adulterios he cometido, cuántas cosas he robado en las tiendas, cuántas veces he faltado a misa, cuántas veces he faltado al trabajo, cuántas veces me he emborrachado, masturbado, alejado de la familia, despreocupado de los hijos...
Fantástico, porque esas son las preguntas que me dan miedo. Ahí sí que me da de lleno. Ese test no lo pasa nadie.
No te preguntará eso porque el cristiano está llamado a vivir santamente y todo eso lo ha superado con la gracia de Dios.
Evitar todo eso es el abc de la vida cristiana. El que no lo ha conseguido está aún dando los primeros pasos de la fe.
Seremos examinados sobre lo positivo de la vida y lo positivo es el amor.
Cuando Dios se hizo hombre para darse a conocer no lo hizo espiritualmente sino físicamente.
El evangelio de hoy nos recuerda que Dios sigue físicamente presente entre nosotros.
"En verdad les digo que cuando lo hicieron con alguno de estos mis hermanos más pequeños conmigo lo hicieron". "Y cuando no lo hicieron...
Identificación física.
El evangelio es más claro que el agua. La Palabra de Dios siempre nos recuerda lo mismo: A Jesucristo lo podemos abrazar, servir, alimentar, visitar. Sí, hoy, aquí y ahora. ¿Cómo? No sólo con el pensamiento, palabras...
Sí, está físicamente presente en "sus hermanos más pequeños". Con acciones físicas.
"Entonces el Rey dirá a los que están a la derecha. Bendecidos por mi Padre, vengan a tomar posesión del Reino que está preparado para ustedes desde el principio del mundo porque estaba solo en casa y me visitaron y me hicieron la compra, me dieron una paliza en la dehesa y me llevaron al hospital, era de otra raza y me acogieron, sí, bendecidos porque me amaron a mi, presente y oculto en los pequeños.
Y cuando venga el Rey en su gloria le podremos decir: yo te he visto en algún sitio. Te he visto muchas veces a lo largo de mi vida.
El año litúrgico termina. Sólo Dios permanece para siempre. Sólo el amor es para hoy y para siempre. Y nosotros permaneceremos siempre si amamos, lo demás...
Comía yo un día en el City College y un profesor me contó la siguiente historia.
Un famoso profesor de Los Angeles, premio Nóbel, había sido invitado a dar una conferencia en Brasil. Como era muy meticuloso en todo dedicó dos meses a estudiar español para entenderse con la gente. Sólo cuando llegó a Brasil se enteró de que allí no se hablaba español sino portugués.
¿Aprendemos la lengua del evangelio y la del cielo? HOMILÍA 2 LA GRAN SORPRESA En el libro “Mensajeros de Dios”, Elie Wiesel, nos ofrece una interpretación de las vidas de Caín y Abel. Los dos hermanaos representan los dos grupos de personas de nuestro evangelio de hoy, las cabras y las ovejas. Caín necesitaba hablar con alguien, necesitaba comprender lo que le apartaba de Dios, necesitaba un hermano que le ayudara y animara. Pero Abel, su hermano, estaba demasiado ocupado ofreciendo sus sacrificios a Dios. No tuvo tiempo. Los Caínes de este mundo se convierten en lo que son por nuestra culpa. No tenemos tiempo para escuchar, comprender y animar a los hermanos. El peso de nuestras preocupaciones, el deseo de perfección, el afán de cumplir con nuestros deberes religiosos y la rutina de nuestras devociones son muchas veces obstáculo para acercarnos a los demás. Esperamos encontrar a Dios en lo grandioso y olvidamos que está también en el vaso de agua ofrecido al necesitado. Esta es la gran sorpresa del evangelio del juicio final. Nos llevaremos una sorpresa al ver bendecidos y acogidos por Cristo a muchos hombres y mujeres que nunca hubiéramos creído dignos de ser abrazados por Dios. No seremos juzgados, según el evangelio, por pertenecer a una Iglesia u otra sino por lo que hicimos gratis por los demás. No seremos juzgados por lo que sabemos sobre Dios sino por lo que sabemos de las necesidades de los demás y de nuestro compartir. No seremos juzgados por las creencias y los credos proclamados sino por las obras de misericordia practicadas a favor de los demás. No seremos juzgados por nuestros cantos y sermones sobre el amor sino por los gestos de amor a los demás. No seremos juzgados por los pecados cometidos sino por no haber amado a los demás. ¿Y cuándo y dónde encontraremos a Jesús? Este Jesús al que rezamos cinco veces al día, al que contemplamos en las cruces, al que cantamos y celebramos en las eucaristías, este Jesús, principio y fin de nuestra fe, nos invita a ser el buen samaritano, ese ateo que obra como cristiano sin saberlo y sin quererlo ser y le molestaría que se lo dijera, pero nosotros tenemos que ser cristianos cristianos descubriendo a Jesús en los demás. ¿Qué pasará al final de nuestra vida? La evaluación final de nuestra vida no será sobre la teoría, la teología y la ortodoxia. De eso se preocupan los hombres, los censores y los guardianes de la ley. El Dios amor se preocupa de algo más importante, le interesa la praxis, que los hermanos, sus hijos, sean consolados, animados, visitados alimentados, vestidos… Con los buenos sentimientos se hace mala literatura, con las buenas obras aliviamos el sufrimiento, construimos la paz, humanizamos la vida y conectamos con el último y encontramos a los perdidos. Al final de nuestra vida seremos salvados por la gracia y la misericordia de Dios, pero seremos evaluados sobre nuestras obras. El amor nunca es anónimo. Tiene nombre y apellidos mi prójimo, mi hermano, el Caín que viaja conmigo. A un hombre le dijeron que entrara en el reino y le señalaron una puerta. Cuando llegó encontró la puerta que un centinela guardaba. No sabía si debía entrar o esperar. Se sentó y esperó a que el centinela le diera órdenes y permiso para entrar, pero no dijo nada. El hombre siguió sentado esperando que algo sucediera o que alguien llegara. Estuvo sentado toda la vida. Un día el centinela cerró la puerta, se giró hacia el hombre y le dijo: Esta puerta era para usted solo, pero como no se atrevió a entrar se cerró para siempre.
HOMILÍA 3
Érase una vez un niño que vivía en una
residencia para niños huérfanos. A la hora de la comida el encargado
siempre bendecía la mesa con estas palabras: “Ven Señor Jesús, sé
nuestro huésped y bendice nuestra comida”. HOMILÍA 4
FOR THE KINGDOM, THE POWER, AND
THE GLORY ARE YOURS
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