HOMILÍA DOMINICAL - CICLO A

  Séptimo Domingo de Pascua

P. Félix Jiménez Tutor, escolapio

   

 

 Escritura:

Hechos 1, 12-14; 1 Pedro 4, 13-16; Juan 17, 1-11

EVANGELIO

En aquel tiempo, levantando los ojos al cielo, Jesús dijo: -Padre, ha llegado la hora, glorifica a tu Hijo, para que tu Hijo te glorifique y, por el poder que tú le has dado sobre toda carne, dé la vida eterna a los que le confiaste. Esta es la vida eterna: que te conozca a ti, único Dios verdadero, y a tu enviado, Jesucristo. Yo te he glorificado sobre la tierra, he coronado la obra que me encomendaste. Y ahora, Padre, glorifícame cerca de ti, con la gloria que yo tenía cerca de ti antes que el mundo existiese.

He manifestado tu nombre a los hombres que me diste de en medio del mundo. Tuyos eran y tú me los diste, y ellos han guardado tu palabra. Ahora han conocido que todo lo que me diste procede de ti, porque yo les he comunicado las palabras que tú me diste y ellos las han recibido y han conocido verdaderamente que yo salí de ti, y han creído que tú me has enviado.

Te ruego por ellos; no ruego por el mundo, sino por estos que tú me diste y son tuyos. Sí, todo lo mío es tuyo y lo tuyo mío; y en ellos he sido glorificado.

Ya no voy a estar en el mundo, pero ellos están en el mundo mientras yo voy a ti.

HOMILÍA

Cuando viajamos en avión a nuestros países de origen, la azafata y el piloto nos dan la bienvenida y las instrucciones para el viaje.

Apenas si prestamos atención porque ya hemos oído ese disco muchas veces. Nos indican donde están las salidas, cómo usar las mascarillas de oxígeno y donde se encentran los chalecos salvavidas… Sentimos un cosquilleo interior y preferimos no pensar. Todo eso está muy bien pero espero no tener que usarlo. Está ahí por si acaso.

Estamos en el avión del Pilar. Jesús es nuestro piloto.

En esta oración que dirige a su Padre, nos está dando sus últimas instrucciones a nosotros los pasajeros que hacemos el viaje hacia la vida eterna.

Algunos piensan si no tengo que hacer uso de Dios, mejor que mejor.

Dios no es una puerta de emergencia ni un chaleco salvavidas para casos de accidente de avión. Dios es necesario siempre.

Jesús vino para enseñarnos el camino que conduce a Dios Padre y a nosotros nos toca recorrer el camino, pero no solos, siempre con la ayuda y la guía del Espíritu.

Dicen que cuando lleguemos al cielo nos llevaremos tres grandes sorpresas.

  1. encontrar allí a mucha gente que pensábamos no deberían estar allí.

  2. no encontrar a los que sí pensábamos estarían allí.

  3. encontrarme yo allí.

Lo que no será sorpresa es el amor que Dios Padre nos mostrará porque ya lo hemos sentido en esta vida, ya lo hemos compartido y ya ha sido parte de nuestro equipaje en este viaje de la vida.

Sorpresa es lo inesperado pero para el creyente nada hay más esperado que el encuentro con su Dios siempre necesario.

Jesús, nuestro piloto, nos dice en el evangelio que hemos proclamado: "levantó los ojos al cielo y dijo, Padre, ha llegado la hora".

La hora de Jesús es la hora de la muerte, de la cruz, del regreso al Padre. Y Jesús la llama la hora de la gloria.

La hora de la gloria de Jesús no es la gloria humana del triunfo, del éxito o de una carrera meteórica…

La gloria de Jesús es

  • el trabajo bien hecho,

  • la fidelidad al plan de Dios,

  • la obediencia a Dios,

  • la predicación del amor de Dios,

  • el servicio a los hombres,

  • la cruz, la muerte por todos,

  • la gloria del Padre.

¿Ha tenido usted un momento de gloria? Yo, aún no.

Recuerden, hermanos, que los cristianos no hemos nacido ni para sufrir ni para tener una hora de gloria. Hemos nacido y vivimos para dar gloria a Dios, para ser con nuestra vida la gloria de Dios y para dejarnos glorificar por Dios.

Si la gloria nos viene de los hombres y buscamos su aprobación, todo se reduce a un aplauso, a un efímero perfume. Si la gloria nos viene de Dios y en él nos refugiamos siempre, la gloria se llama vida eterna.

Por eso Jesús en su despedida, levantó los ojos al cielo y dijo: "Padre, ha llegado la hora". Y ante esta hora, Jesús ora.

Jesús ora por usted y por mí y por todos sus seguidores.

"No oro por el mundo sino por los que me has dado, tuyos son Padre y ellos se quedan en el mundo mientras yo vuelvo a ti".

Jesús ora por nosotros para dejarnos en las manos bondadosas de Dios.

La hora de Dios no es la hora de recitar una larga lista de nuestras buenas obras, de nuestros méritos; es la hora de la oración porque el creyente todo lo hace, todo lo aguanta, todo lo sufre y todo lo goza desde Dios, siempre necesario en nuestra vida.

Jesús ora por nosotros para enseñarnos a nosotros que somos vanidosos, egoístas, y presumidos, que la única gloria verdadera y duradera viene de Dios.

Jesús ora por nosotros para que también nosotros levantemos los ojos al cielo y oremos siempre al único que es más grande que nosotros, al que nos ama más que nadie, al único que nos puede dar la corona de la gloria, al Dios siempre necesario.

Aquí estamos nosotros, aprendiendo siempre a orar a Dios nuestro Padre.

Dios, nuestro Dios, no es una puerta de emergencia ni un chaleco salvavidas para los casos de accidente de nuestro avión.

Dios es siempre necesario.

Esta es la hora de nuestra oración comunitaria. Esta es la hora de los hijos de Dios.

Vivámosla como si fuera nuestra última hora, en oración como María y los apóstoles ante la hora de Pentecostés.