ECCE HOMO

P. Félix Jiménez Tutor, escolapio

   

 

El cartel de “No hay entradas” sólo lo cuelga la cultura del entretenimiento: los conciertos de música pop, los partidos de fútbol y los cruceros.

La vieja Europa con Internet, el celular y los cientos de canales de televisión ha hecho sabios a los analfabetos. Ya no tenemos que pensar. Todo lo recibimos empaquetado con luz y sonido.

Tanta movilidad e información engendra ciudadanos gregarios, indiferentes y desarraigados.

La vieja Europa, agnóstica y descreída, ignora su pasado cultural y se instala en un presente útil y pragmático, sin grandes preguntas y sin mañana.

Esta Semana Santa los urbanitas estresados se desparramarán, como las langostas, por la geografía planetaria en busca de una comunión ecológica, la comunión del olvido.

La religión, teología de la memoria, no es cosa de masas.

Cierto, las religiones organizadas, rígidas y formalistas, con sus dogmas y sus leyes humanas, van perdiendo adeptos en este mundo acelerado.

Una pena que las noticias religiosas que han revolucionado la prensa estas semanas hayan sido noticias menores: el obispo Williamson, hombre de las cavernas y hombre del no; la excomunión por el obispo de Recife de los médicos y de la madre de la niña de 9 años que abortó; el improvisado y desafortunado comentario de Benedicto XVI sobre el preservativo…

Los hombres por santos e intelectuales que sean tienen sus ideas fijas y desarrollan cataratas físicas y mentales. Yo no me bajo del tren, el creyente fija sus ojos, no en los hombres, sino en el hombre Jesús.

Ecce Homo. He ahí el hombre.

La Semana Santa, en bikini o en capuchón, en soledad o en comunidad, en Soria o en Nueva York, es el tiempo del Ecce Homo y de su mensaje liberador.

Jesús, el hombre del sí, vino a liberarnos de la tiranía de la ley mosaica, no vino a enseñarnos una doctrina esotérica sino un comportamiento humanizador y a reconciliarnos con Dios y con los hombres.

La religión de Jesús es liberación del yugo de toda religión.

La cruz de la Semana Santa abre las puertas de todos los templos, borra todas las leyes rituales, supera todos los clericalismos y es la certificación del gran amor de Dios que no pone precio a sus dones.

Como le hace decir Pascal a Jesús: “Yo he derramado esta gota de sangre por ti”.

Sólo el que ama es una persona libre y religiosa.

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