EDUCAR

P. Félix Jiménez Tutor, escolapio

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Paseando por la Roma triunfal el guía señaló una antigua escuela y nos invitó a leer el lema que, esculpido en el tímpano de la portada, decía: “Cum feris, ferus”, “Con las fieras, fiero”.

Septiembre, la rentrée, back to school, vuelta al cole, los padres recuerdan a sus hijos su primer día de escuela, los miran con buenos ojos y les infligen el primer castigo de su vida, los envían a las minas del saber.

Los maestros, con el corazón encogido, ¿los miran aún como fierecillas?

Junto a la escuela tradicional, versión corregida y aumentada cada año, existen experiencias educativas –escuelas- radicales, libertarias y extravagantes.

La escuela de Summerhill de A.S. Neill sin normas, sin horarios, sin notas, en una anarquía organizada, deja que las fierecillas sean los protagonistas de su educación a la carta. El único menú es el de la total libertad.

Según su fundador “es preferible producir un barrendero feliz que un primer ministro neurótico”.

“La mayor parte del trabajo escolar es pura pérdida de tiempo, energía y paciencia. No se les puede quitar a los niños el derecho a jugar y jugar y no hay que poner sobre sus hombros jóvenes unas cabezas viejas”, dice el señor Neill.

El grito de guerra de Ivan Illich era a desescolarizar. En los tiempos de la revolución industrial enviaban a los niños a trabajar a las minas, hoy, los encerramos en las escuelas.

José de Calasanz, Milani, Paulo Freire…una pléyade de pedagogos que, desde distintas ópticas, vivieron la educación como medio de mejorar la persona y reformar la res publica.

La escuela tradicional, inventos aparte, siempre estará con nosotros a pesar de que el verbo “enseñar” pierda vigencia. En esta sociedad supertecnificada tenemos ingentes bancos de datos y miles de herramientas que con sólo pulsar un botón solucionan la mayoría de nuestros problemas. Almacenar saberes es algo cada vez más superfluo.

“Educar” es el verbo más conjugado en estos tiempos.

Educar para la libertad, para el amor, para la tolerancia, educación para la ciudadanía…

El papel de la escuela es importante pero sin olvidar que existen otras muchas escuelas. La escuela de la televisión, de Internet, de los compañeros, de la calle, de la noche, del fin de semana y la escuela familiar.

Los padres son los primeros educadores de sus hijos. Si esta escuela familiar funciona, no hay que dar conferencias magistrales, todas las demás sucursales educativas, educación para la ciudadanía, educación religiosa…son secundarias.

Mis mejores maestros fueron mis padres. Sus lecciones nunca las he olvidado. De los otros maestros recuerdo sus manías, su ingenuidad, su simpatía, su mala leche…y poco más.

Muchos padres absortos en sus negocios y en sus líos amorosos claudican de su responsabilidad y quieren que los maestros domen, enseñen y eduquen a sus hijos. Y uno pregunta, ¿de qué sirve que un niño saque buenas o malas notas si no tiene a quien enseñárselas?

Gilles Provonost, sociólogo canadiense, observa: “Hoy, la cuestión del tiempo familiar es una cuestión mayor para todas las sociedades contemporáneas occidentales. Si queremos que nuestros hijos lleguen a ser adultos equilibrados, hay que preservar la calidad del tiempo que los padres dan a sus hijos”.

Olvidemos el juego de culpar a los demás y asumamos con responsabilidad, padres y maestros, el papel intransferible de educadores.