Un
día desembarcaron en un país africano tres misioneros: un cura, un
pastor protestante y su esposa y pidieron entrevistarse con el rey. Le
hicieron numerosos regalos y le pidieron un solar para levantar sus
templos.
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Yo quisiera construir una iglesia, una
escuela y un dispensario para tu gente, explicó el sacerdote.
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Yo quisiera hacer lo mismo, dijo el pastor.
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¿Cuántas mujeres e hijos tienes? Le
preguntó el rey al cura.
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Para mejor servir a todos los hombres, yo
he elegido el celibato. Yo soy el padre de todos, el guía de todas
las familias.
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¿Si te imitáramos que sería de la raza
humana? ¿De quién serías padre y de que familia serías guía?
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El que no puede fundar una familia no
sabría ocuparse de la sociedad. Entre nosotros, concluyó el rey, no
hay más riquezas que las humanas.
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Y dirigiéndose al pastor:
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¿Eres tú como tu compañero?
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Yo estoy casado y tengo numerosos hijos. Le
presento a la madre de mis hijos.
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Nosotros nos comprenderemos mejor. La mayor
riqueza para nosotros es el ser humano y vivimos sólo para perpetuar
la familia y la raza.
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