EL MUSEO DE LOS SANTOS

P. Félix Jiménez Tutor, escolapio

   

 

“Te echo en falta muchísimo. Pasé mucho frío la noche pasada. No porque no tuviera suficientes mantas sino porque no te tenía a ti. Por favor, escríbeme, cariño, y no romperé tu carta como hice con la última (guardé los trocitos) sino porque estaba enfadada contigo. Te quiero muchísimo”.

¿Se imaginan ustedes a uno de nuestros santos, esos que adornan nuestros retablos y a los que rezan más que al Tú solo Santo, escribiendo una carta tan romántica y tan delicadamente amorosa?

Esta carta la escribió Dorothy Day, aún no canonizada, pero ya en la lista de espera.

Los católicos, rezadores y entretenidos con los santos, tienen un problema con la santidad y los santos. Los hemos metido con calzador y euros en el santoral, les hemos obligado a hacer milagros, y el molde eclesial de la santidad no se parece en nada al de Dios.

A mí me cae muy bien Dorothy Day, esta mujer que antes de su gran conversión cohabitó con un anarquista durante tres años, tuvo una hija, un aborto y vivió la vida bohemia en los barrios más bohemios de Nueva York, el Lower East Side y el West Village.

Nadie nace santo. Los escritores de la vida de los santos se empeñan en hacerlos santos desde el primer día de su existencia y ocultan sus miserias humanas que son las que nos humanizan ante los demás y las que nos engrandecen ante Dios.

Dorothy Day, periodista, publicaba sus artículos en los periódicos socialistas y revolucionarios y entrevistó a León Trotsky.

En los años de la Gran Depresión vivió sus días manifestándose contra la pobreza, la guerra, las bombas y todos los problemas sociales. Y como todos los activistas pagó su desafío a la autoridad con la cárcel.

Edgar Hoover, primer director del FBI, el doberman de los disidentes y activistas dijo de Dorothy Day: “Es una persona errática e irresponsable que hace todos los esfuerzos posibles para criticar al Bureau cuando se le antoja”. Puede ser detenida en caso de emergencia nacional, según el FBI.

Abrazada la fe fundó con Peter Maurin el Catholic Worker, periódico, que aún se publica, para promover la justicia, la lucha contra la pobreza, la defensa de los inmigrantes y despertar a la jerarquía católica a la dimensión social.

El Catholic Worker es más que un periódico, es un movimiento que alimenta y cobija los cuerpos machacados por la injusticia social, en unas casas de hospitalidad donde se practican las obras de misericordia y es una plataforma a favor de la paz donde escuché al famoso jesuita Daniel Berrigan.

Dorothy Day, aclamada como santa en vida, espera el veredicto oficial. Veredicto que, para mí, no vale nada.

“La Iglesia no es el museo de los santos. Es el hospital de los pecadores”.