HOMILÍAS - PARA LOS TRES CICLOS

  Conmemoración de los FIELES DIFUNTOS

P. Félix Jiménez Tutor, escolapio ...

   

 

 Escritura:

Job, 19, 1.23-27, 1Juan 3, 14-16; Juan 6, 37-40

EVANGELIO

En aquel tiempo dijo Jesús a la gente: Todo lo que me da el Padre vendrá a mí, y al que venga a mí, no lo echaré afuera; porque he bajado del cielo no para hacer mi voluntad, sino la voluntad del que me ha enviado. Esta es la voluntad del que me ha enviado: que no pierda nada de lo que me dio, sino que lo resucite en el último día. Esta es la voluntad de mi Padre: que todo el que ve al Hijo y cree en él, tenga vida eterna, y yo lo resucitaré en el último día.

 

HOMILÍA 1

Un hombre muy rico murió y fue al cielo. San Pedro le dijo que le iba a dar un tour para que lo conociera en su totalidad. Esta es, le dijo, la Quinta Avenida del cielo y ahí, en ese palacio, reside uno de sus criados. Siguieron paseando y el hombre rico pensaba, si uno de mis criados vive en semejante mansión cómo será la mía. Llegaron a una zona en la que la iluminación era más pobre y las casas muy pequeñitas. Al final de la calle había una casa diminuta y solitaria y San Pedro le dijo al hombre rico, ésa será su casa.

Nuestro hombre rico se enojó y protestó. No puede ser, tiene que haber un error, le dijo a San Pedro. ¿Cómo puede mi criado habitar en un palacio y yo en semejante casucha?

Y San Pedro le contestó: "Aquí construimos las casas con los materiales que cada uno envía desde la tierra."

"Y otra vez que me encontré con don Manuel, le pregunté, mirándole derechamente a los ojos:

-¿Es que hay Infierno, don Manuel?

-¿Para ti, hija? No.

-¿Y para los otros, le hay?

-¿Y a ti qué te importa, si no has de ir a él?

-Me importa por los otros. ¿Le hay?

-Cree en el cielo, en el cielo que vemos. Míralo.

Y me lo mostraba sobre la montaña y abajo, reflejado en el lago.

-Pero hay que creer en el Infierno como en el Cielo –repliqué.

-Sí, hay que creer en todo lo que enseña a creer la Santa Madre Iglesia Católica, Apostólica, Romana. ¡Y basta!

Leí no sé qué honda tristeza en sus ojos, azules como las aguas del lago".

            (San Manuel Bueno, mártir).

Algunos dicen que somos seres para la muerte.

Otros dicen que no sólo tenemos que morir sino que nos merecemos la muerte.

Los no creyentes aceptan la muerte con naturalidad, sin aspavientos, no esperan nada y mueren sin más.

Los creyentes, los que creen en el juicio de Dios y en su suerte final, tienen más dudas y más congojas. Nunca se fían totalmente de la misericordia de Dios y nunca se sienten totalmente dignos de alcanzar la vida eterna.

En la fiesta de Todos los Santos, el Libro del Apocalipsis abre las puertas del cielo y nos invita a mirar y contemplar la multitud de gentes de toda lengua, pueblo y nación que dan gloria y alabanza al Cordero degollado por nuestra salvación, y que en su sangre blanquearon sus vestidos.

En la fiesta de los difuntos miramos a la tierra abierta, a las fosas de los seres queridos y también a la nuestra. Y sentimos un escalofrío.

Cielo y tierra, muerte y vida, mortalidad e inmortalidad, tiempo y eternidad, todo unido en el que es el TODO, en el que es el Alfa y la Omega.

La cruz gloriosa de Cristo Resucitado es la prenda y la garantía de nuestra salvación.

Jesucristo que murió por mí, me salvará a mí, a pesar de mí. Su misterio pascual es también el nuestro.

"Esta es la voluntad de mi Padre: que todo el que ve al Hijo y cree en él, tenga vida eterna, y yo lo resucitaré en el último día".

Muchas son las promesas que nos hace el Señor. Ninguna tan estupenda como ésta, la de la resurrección.

La oración de este día por nuestros difuntos, hilvanada con el recuerdo y el cariño, sube hasta los oídos de Dios Padre que no quiere que nadie se pierda y nos une a todos en una sola familia, una sola iglesia, un solo pueblo, el de los redimidos por la sangre del Hijo.

Yo también quiero tener mi mansión en la Quinta Avenida del Cielo. Y por la misericordia de Dios, no por mis méritos, la tendré.

"Así recompensaremos a los injustos. En el Infierno tendrán lechos, y por encima se taparán con sábanas de fuego.

Quienes hayan creído y hayan hecho obras pías –no obligamos a nadie más que según su capacidad-, ésos serán huéspedes del Paraíso: Permanecerán en él eternamente. Quitaremos el resentimiento que sus pechos alberguen. A sus pies correrán los ríos.

Dirán: "La alabanza a Dios nos ha guiado a este lugar. No nos hubiésemos sabido dirigir si Dios no nos hubiese guiado. Realmente, los enviados de nuestro Señor vinieron con la verdad". El Corán. Azora VII, 39…

 

 

 Escritura:

Libro de las Lamentaciones 3, 17-26; Romanos 6, 3-9;
Juan 14, 1-6

HOMILÍA 2

"En el bautismo fuimos sepultados con Cristo y así como Cristo fue resucitado de entre los muertos por la gloria del Pare, así también nosotros podemos vivir una vida nueva". Romanos 6,3-5

No hace falta ir a la escuela para aprender que tenemos que morir.

La experiencia de cada día...

Nuestro propio envejecimiento...

En la silla eléctrica, en la calle, en el hospital, en la casa, joven o viejo... STOP PARA TODOS.

Estamos programados como las bombillas para durar un determinado número de horas. No hay que ir a la escuela para aprender esta lección.

Podemos hacer una manifestación contra la policía que mata, la bomba atómica que mata, contra los gobiernos que matan, contra las clínicas de aborto que matan... Podemos y debemos protestar contra todas las formas de muerte injusta y violenta... pero todos aceptamos, sin más, nuestro destino, la muerte.

Aquí, en nuestra iglesia, nos manifestamos todos los domingos para celebrar la muerte y la resurrección de Jesucristo y para celebrar nuestra propia muerte, no como final, sino como principio del encuentro con Cristo.

  • Sí, hay que venir a la escuela de Jesús para aprender a vivir para siempre.

  • Sí, hay que venir a la escuela de Jesús para recibir el don de la vida eterna.

  • Sí, hay que venir a la escuela de Jesús para "escribir nuestros nombres en el libro de la vida".

  • ¡Sí, hay que venir a la escuela de Jesús para creer y aprender la vida nueva, para poseer la vida con Dios, "para brillar como estrellas para siempre".

  • Sí, hay que venir... para aprender a vivir bien y a morir bien.

Hoy celebramos, en toda la iglesia, el día de los difuntos o "el día de los muertitos" como dicen los mejicanos.

"La calavera tiene hambre.

¿No hay un pansito por ahí?

No se lo acaben todo,

Dejen la mitad. Pan, pan para la calavera".

Así cantan los mejicanos en sus casas y en los cementerios a sus muertitos.

Es una manera de recordarnos que cuando morimos, por buenos y santos que hayamos sido, no estamos aún completos y perfectos. Quedan heridas que sanar y manchas que limpiar.

Es una manera de recordarnos que no estamos condenados a morir. Los creyentes estamos condenados a resucitar porque llevamos en nuestro cuerpo el sello del amor, el sello del Espíritu Santo, el sello de Dios; porque nuestra relación con Dios es indestructible, porque nada ni nadie nos podrá separar del amor de Dios.

Por eso, en esta manifestación a favor de la vida y del amor que es cada eucaristía, proclamamos en el Credo: creemos en la resurrección de los muertos y la vida del mundo futuro. Amén

Hoy, miramos al pasado para orar y revivir esas relaciones de vida, de familia, de amor y de fe. Esos seres queridos cuyas fotos cuelgan en las paredes de nuestras viviendas o llevamos en nuestras carteras.

Hoy, nos sentimos agradecidos y en deuda con los nuestros y les ofrecemos nuestro mejor recuerdo, nuestra mejor oración.

Hoy, miramos también al futuro con los ojos de la esperanza cristiana y con la seguridad de la resurrección que nos promete la Palabra de Dios.
.

 

HOMILÍA 3

Noviembre es el mes del Recuerdo. Los cristianos hacemos memoria de Jesucristo, muerto y resucitado, todos los días en la eucaristía.

La memoria completa el puzzle gigantesco del pasado de los hombres. Todas las piezas, ensambladas por la misericordia de Dios, forman el puzzle más glorioso y más pintoresco que conocemos con el título de la Comunión de los Santos.

Cristo murió una vez, nuestros muertos murieron una vez y nosotros los recordamos muchas veces. Por la fe los asociamos a la victoria de Cristo, victoria colectiva de la que participaremos todos.

Leía esta semana el artículo de la periodista Mary Beth Bonacci titulado "Non-Stop Trip to Heaven" algo así como Viaje al Cielo sin Escalas.

En su artículo la periodista critica los sermones predicados en su comunidad. El año pasado, comenta, se celebraron 80 funerales en la parroquia y los 80 muertos fueron enviados derechitos al cielo. Todos sin excepción. Tendrá que ser verdad ya que el diácono lo ha repetido muchas veces y de muy distintas maneras. Todos han sido canonizados el día de su funeral.

A nuestra periodista le indigna tanto la gran misericordia de Dios que ha dejado escrito en su testamento vital: "Si el que preside mifuneral anuncia que ya he alcanzado mi destino celestial, quiero que esa persona sea expulsada inmediatamete del templo".

Esta periodista y otros muchos creyentes creen, faltaría más, que Dios quiere que todos los hombres se salven, mejor dicho, sean salvados por la misericordia de Dios. Pero lo que no quieren y en lo que no creen es en un viaje al cielo sin escalas. Quieren que el 99% de los mortales, somos tan malos, hagamos escala en el purgatorio y como buenos okupas esperemos sentados a que nos abran la puerta del cielo. Sólo el 1%, los buenos, muy buenos, tienen un viaje sin escalas al cielo.

Por esa razón y por otras más insignificantes, no dignas de mencionar, se niega y se nos quiere negar a todos el acceso directo a los brazos de Dios.

Yo no quiero ser un okupa en un purgatorio aburrido y sin amor.

En una historia hasídica se lee: "mi maestro solía decir: tengo que preparar lo que voy a hacer en el infierno. Estaba seguro de que ese sería su destino.

Cuando su alma ascendió después de su muerte, lo recibiern con gran alegría para llevarlo al paraíso, pero él se negaba a ir con ellos. Se están burlando de mí, pensó.

Esto no puede ser el mundo de la verdad.

Finalmente la Divina Presencia le dijo: "Ven, hijo mío. Por pura misericordia, Yo te daré mi tsesoro. El aceptó y fue muy feliz.

Hemos proclamado en la lectura del Libro de Job, libro del eterno por qué, una de las afirmaciones más poderosas de toda la Biblia Hebrea.

Yo sé que mi go'el , mi Redentor vive".

El goel es el familiar que rescata la propiedad que su hermano ha perdido, que venga la sangre derramada, que redime de la esclavitud, que cumple con la ley del levirsato. El goel es el Redentor.

Job, sin hijos, sin familia no tiene un goel que pueda redimirlo y hasta su mujer le grita: "Maldice a Dios y muere".

Sus amigos en lugar de ofrecerle consuelo y compasión le echan en cara su pecado. Job hundido y abandonado por todos proclama su fe: "Yo sé que mi go'el, mi Redentor vive".

Sólo Dios es el gran Redentor, el que nos redime de nuestra esclavitud y de nuestro pecado, paga nuestras deudas y vence a nuestro peor enemigo, la muerte.

Al final de nuestra vida, la muerte en su oscura soledad nos aterra, no seremos juzgados, seremos salvados, rescatados, por nuestro Redentor que vive por siempre.

"Tu hermano resucitará" dijo Jesús a Marta. Nuestros seres queridos resucitarán porque el que cree no está condenado a morir sino a vivir.

Hoy, hacemos memoria de Jesucristo y hacemos memoria de nuestros difuntos. Hacemos un acto de fe en la presencia de Cristo Resucitado en medio de nosotros.

Hacemos un acto de esperanza en que Cristo rasgará el velo del duelo y del dolor.

Hacemos un acto de amor, nosotros los peregrinos con los que ya han consumado su peregrinación y han llegado al destino final, los brazos de nuestro Redentor.