LA HERENCIA FRANCESA SEGÚN SARKOZY

P. Félix Jiménez Tutor, escolapio

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Obama es un predicador bíblico, Sarkozy es un predicador cultural e ilustrado, ambos adulan a los mismos votantes, los cristianos o los católicos conservadores.

Sarkozy, el 3 de marzo 2011, peregrinó a Puy-en-Velay, corazón del catolicismo francés y puerta de salida de los peregrinos, los primeros europeos, hacia Santiago de Compostela.

El Puy es también un santuario mariano y cada 15 de agosto se reza por toda la nación ante la estatua de Nuestra Señora de Francia.

Ésta se hizo con el acero de los 213 cañones rusos, botín de la batalla de Sebastopol, y donados por Napoleón III.

Aquí, lugar sagrado y colgado del cielo, Sarkozy disertó con gran elocuencia sobre la herencia cultural de la república.

Terminó su sermón con estas afirmaciones más hinchadas de patriotismo que de fe.

“He venido aquí, ante ustedes, para decirles que Francia tiene un patrimonio que quiere conservar.

He venido aquí para decirles que Francia tiene un patrimonio que quiere compartir.

He venido aquí para decirles que Francia tiene una identidad de la que está orgullosa, pero que aquí en Puy-en-Velay, tal vez mejor que en otro lugar, es evidente que Francia tiene también un alma”.

Los franceses han reflexionado apasionadamente sobre su identidad en estos tiempos de diversidades religiosas, étnicas, sociales y lingüísticas.

La laicidad de la república es un dogma más, pero Sarkozy reconoce que la cristiandad, civilización y cultura, ha sembrado el exágono de catedrales e iglesias magníficas cuya belleza emociona hoy más que ayer y es patrimonio de todos los franceses que deben asumir y mantener indiviso.

Dejar que ese patrimonio se deteriore o se pierda equivaldría a dejar que la identidad francesa se esfumara.

Según Sarkozy es obligación del estado conservar y proteger esa herencia para reconocer lo que somos y de donde venimos.

Esta herencia cultural no obliga a nadie a asumir la fe cristiana porque nadie es prisionero de la vida y de las decisiones de sus antepasados, pero tampoco se puede “amputar la memoria”.

Toda institución laica o religiosa tiene que tener “un alma”, un espíritu, una fuerza, dinamismo que dinamiza no sólo las personas sino hasta las mismísimas piedras.

Todos somos náufragos en busca de nuestra identidad personal y colectiva, que es mucho más profunda que “la Historia que se reescribe con tanta frecuencia, que llega un punto en el que ya nadie sabe qué es verdad”.