¿POR QUÉ SE VACÍAN LAS IGLESIAS?

Félix Jiménez Tutor, escolapio

 

 

Cuando asistimos a un mitin político no esperamos oír palabras nuevas e inspiradoras, vamos a codearnos con los colegas, compañeros de viaje, a respirar el aire de siempre, a crear un estado de ánimo, a escuchar al jefe…

Hipnotizados por las anécdotas, delegamos la sustancia a los expertos de siempre.

In illo tempore, la iglesia-templo era la casa del pueblo, único lugar suficientemente grande, donde todos, ladrones, prostitutas, blasfemos…encontraban refugio y santuario.

Eran tiempos en los que los hombres aún creían en que hay salvación y buscaban al Salvador.

El acá, mero valle de lágrimas, leve y lastimero era un breve y borroso prólogo seguido de un más allá eterno y luminoso.

Las iglesias-templos rebosaban de gentes.

Hoy, sólo los funerales llenan los templos. Eventos sociales y tristes en los que ofrecemos presencias a las familias pero no al Señor que nos salva de nuestra efímera existencia.

El periódico La Croix en su foro - ¿por qué se vacían las iglesias?- invita a sus lectores de todas las tendencias a pensar, diagnosticar y recetar productos para contener esta hemorragia imparable.

Los mítines dominicales en Europa, Soria incluida, son cada día menos frecuentados. Los jóvenes y los treintañeros son los grandes ausentes.

El domingo tal como lo conocimos es cosa del pasado. Ayer, sin el ocio lúdico, ecológico y sin libertad, no ofrecía muchas opciones. Hoy, liberados de todas las tutelas externas, el hombre programa y elige libremente su menú.

El mensaje de Jesús que atraía a Gandhi y a tantos buscadores de espiritualidad y trascendencia no tiene edad, es válido y maravilloso para todo tiempo. No es moda retro ni vanguardista, como todo lo verdaderamente humano, es perenne. Pero la manera de predicarlo, como la nueva cocina, tiene que adaptarse a los nuevos y exigentes consumidores.

Los sermones, que los fieles soportan estoicamente casi siempre en off, están en la mira de muchos lectores de La Croix. Estos sufridores silentes deberían ser los primeros críticos de la predicación que consumen.

Los curas, yo al menos, nunca fueron formados en el difícil arte de la predicación. Sí nos enseñaron a milimetrar el pecado y la longitud de las faldas, pero no a inspirar, hacer reír y crear un estado de ánimo gozoso y fraternal, la euforia del sí versus el no.

En Estados Unidos se filman los sermones del Obispo y de los curas para ser estudiados y criticados.

Los curas de la diócesis de París son aconsejados por los laicos para mejorar sus sermones. Menos grandes palabras, menos jerga eclesiástica, menos sermones leídos y más lenguaje coloquial como el que se tiene con los hijos y la mujer.

Menos declaraciones que enturbian las aguas sociales, ocupan a los tertulianos, llenan los periódicos y ocultan el rostro compasivo de Dios que no sabe de siglas y sí de amor.

No importa que crea menos gente, muchos han rechazado la herencia cristiana, sí importa que creamos más y mejor. La fe no es una herencia, es una elección.