LA INSTRUCCIÓN VATICANA

P. Félix Jiménez Tutor, escolapio....

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Los intocables también son de carne. Los cowboys, dioses de las praderas, hombres sin piedad y sin lágrimas, duros, viriles y solitarios, eran el único clan aún no contaminado en un mapa sin fronteras.

Brokeback Mountain, película iconoclasta, ha hecho añicos el mito del hombre solo ante el peligro. Los cowboys del 2006, herejía ayer en el saloon, hoy, bajo la tienda de campaña, viven un romance homosexual. Es el mundo al revés o un mundo reprimido que estalla como un deslumbrante arcoiris.

El Abbé Pierre fue uno de mis ídolos juveniles. Fundador de los Traperos de Emaús es un cura célebre y celebrado en Francia como uno de sus hombres más santos y más gloriosos. Acaba de publicar, a sus 93 años, su autobiografía y confiesa: "Yo hice mi voto de castidad, pero éste no hizo nada para apagar la fuerza del deseo, al cual sucumbí de manera pasajera".

El Vaticano publicó recientemente la "Instrucción sobre los criterios de discernimiento vocacional de las personas con tendencias homosexuales con vistas a su admisión en el seminario y las órdenes religiosas".

La Instrucción –cuyo título merece una exégesis- ha sido ignorada en mi ámbito clerical como la letra pequeña de los contratos. Algunos pensarán, los Americanos fabricantes y vendedores del vicio, ésos sí que la necesitaban. Al fin y al cabo hasta la universal palabra gay nos la han metido por todos los orificios. Nosotros somos de la antigua observancia.

En América y en la iglesia católica americana la Instrucción, piedra caída en unas aguas ya tranquilas, ha producido un oleaje violento. Editoriales, artículos, entrevistas, cartas... son espuma de todos los colores y para todos los paladares.

El P. Pierson, capellán y director del campus de la Universidad de Saint John de Nueva York, ha presentado la dimisión de todos sus cargos que será efectiva el 15 de enero. Se confiesa homosexual pero célibe y cree que la homosexualidad no es "objetivamente un desorden". "Porque no puedo ya representar, explicar y defender la enseñanza de la iglesia sobre la homosexualidad, creo que debo dimitir". "No soy infalible pero no puedo permanecer callado sobre mi desacuerdo con el documento".

El P. Breztke opina en una entrevista que "hay muchos sacerdotes y seminaristas gays excelentes y que hay escasez de sacerdotes y de vocaciones. Si no se ordena a los gays ni a los hombres casados ni a las mujeres, ¿quién queda entonces? No hay mucho donde elegir."

El P. Michael Judge, capellán de los bomberos de Nueva York, fue una de las primeras víctimas rescatadas de los escombros de las Torres Gemelas. Se zambulló en el infierno de fuego para acompañar a sus hermanos de armas y murió administrando la unción a un bombero. Era gay. ¡Qué fuerte! Pero lo que importa es que fue fiel a sus votos y nunca tuvo sexo con nadie.

Hay que "purificar la iglesia", es cierto y ya.

Hay que "reformar la iglesia", es verdad y urgente.

Hay que "refundar la vida religiosa" dicen los Superiores, es evidente.

Hay que "reciclar la vida de los bautizados", digo yo. Todos somos reciclables espiritualmente.

En el problema de las vocaciones, la cuestión no debería ser la orientación sexual del candidato sino su compromiso de mantenerse célibe.

Muchos sacerdotes, ya homosexuales ya heterosexuales, han sido fieles a la palabra dada. Y muchos de ambas tendencias han fracasado en el intento y no por eso dejan de ser hombres generosos, serviciales y maravillosos a los ojos de Dios.

El escritor católico Andrew Sullivan cree que la Instrucción "ha creado una clase de seres humanos que hagan lo que hagan son sicológicamente y moralmente demasiado trastornados para ser sacerdotes".

Ya tenemos la Instrucción del Vaticano. Unos exclaman: ya era hora; otros maldicen la hora.

Su aplicación depende de cada Obispo y, como los confesores, los hay muy severos, menos severos y nada severos.