LA LEY DEL SILENCIO

P. Félix Jiménez Tutor, escolapio

 

   

 

Cuentan que el Abad de un monasterio estaba desaparecido. Los monjes lo encontraron en un rincón de la biblioteca examinando un montón de códices a la luz de una vela. Estaba radiante y bailando de júbilo les dijo: “Hay un error. Miren no es “célibe” sino “celebre”. Todos lamentaron el secular error y celebraron el hallazgo.

“Nada hay oculto que no se haya de manifestar, ni tan secreto que al final no se sepa” leemos en el capítulo 12,1 del evangelio de Lucas. Lo “oculto y lo secreto” no era para él, sí para nosotros, los pecados de los curas que aún no existían como hoy los conocemos.

“Tan poderosa es en todas partes la verdad y tan débil el engaño” que, tarde o temprano, todo lo que se hace se sabe.

Primero fue la ley del silencio.

Los curas pecaron y callaron. Eran hombres diferentes y revestidos de una autoconcedida aureola de santidad se convertían en intocables.

Los Obispos y superiores religiosos callaron y los barajaron como cartas y enviaron a parroquias o colegios lejanos. Había que evitar el escándalo.

El Vaticano calló. Juan Pablo II abrazaba al P. Maciel, lobo disfrazado de cordero, bestia apocalíptica, que devoró suciamente niños y mujeres.

El teólogo insigne, perdido en el Logos, y Bertone nunca contestaron las cartas del Arzobispo de Milwaukee sobre las 200 andanzas pedófilas del P. Murphy que murió como cura.

El silencio, lujo y privilegio de la autoridad, hoy es maldición, pesadilla de la verdad ocultada por razones interesadas.

El silencio ya no es posible. Tarde, siempre tarde, ahora es tiempo de decir toda la verdad, de pedir mil perdones, de expresar remordimientos y de sentir vergüenza porque después de este “tsunami de revelaciones”, expresión del Arzobispo de Viena, el silencio sería un crimen mayor.

Entonar el mea máxima culpa, pedir más ascetismo, exhortar a la santidad, imitar al cura de Ars…letanía de cosas piadosas y necesarias no silencian el sexo en estos tiempos en que no tiene ni límites ni leyes.

Los curas católicos de rito maronita y los de rito oriental se casan, tienen más suerte que los de rito latino que tienen que contentarse con “sublimar” su sexualidad.

El Arzobispo Waltesr Kasper dice que es hora de “limpiar seriamente la Iglesia” y el de Arundel y Brighton escribe que “la Iglesia merece ser atacada y criticada”.

No dicen, nadie dice, que los que tienen que pagar son los obispos porque eran los que conocían lo “oculto y lo secreto” y callaron.

Muchos son los católicos que silenciosamente se alejan de esta fortaleza asediada.

Yo me quedo porque todos, los hijos pródigos y los aparentemente fieles,  somos parte del problema y de la solución.

Yo me quedo, a pesar de los curas y los Obispos y del silencio Vaticano que aturde.

Yo me quedo porque aún me queda Jesucristo como única garantía.

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