LA MALDICIÓN DE LA PERFECCIÓN

P. Félix Jiménez Tutor, escolapio.....

   

 

Yo huyo de la perfección, dopaje de héroes y dioses, como de la peste.

Los humanos hablamos de obras maestras, artículos perfectos, récords batidos y premiamos con medallas, diplomas, Nobels y, chorrada sublime, con marquesados cocinados en el palacio de la Zarzuela.

La Iglesia Católica premia las vidas perfectas.

Por la Gloria de Bernini desfilan muchos Papas, curas y monjas y sorprendentemente pocos católicos de a pie que son la mayoría.

Es el panteón de los perfectos.

Cuentan que un joven pianista, al final del concierto recibió una standing ovation, diez minutos de fervorosos aplausos. A pesar de que los críticos lo calificaron de perfecto, el pianista estaba triste. ¿Por qué?

Si, todos aplaudieron menos uno que seguía sentado, su maestro.

Nuestro Obispo Palafox ha esperado siglos para recibir su premio eclesial y humano, pero alguien más poderoso, más conocido y más influyente se ha cruzado en su camino, Juan Pablo II, y tendrá que esperar un mes más.

Juan Pablo II salió por la puerta grande, despedido por reyes, presidentes y millones de católicos y el grito de “santo subito” de ayer, hoy, ante nuestros ojos es una realidad.

Fue un gran Papa. Con la guía turística del trotamundos recorrió los cinco continentes y se convirtió en el pastor universal con jurisdicción universal.

Las imágenes de sus viajes llenaron nuestros telediarios.

Juan Pablo II hizo gestos que sus predecesores, atrincherados en la clausura vaticana, nunca soñaron.

Oró descalzo en la mezquita Umeyyad.

Visitó la Gran Sinagoga de Roma.

Viajó a Auschwitz, al verdadero infierno creado por los hombres.

Dejó su oración, como cualquier turista, en el muro de las lamentaciones.

Besó el Corán en Siria.

Reunió a los líderes de las distintas religiones en Asís y juntos oraron por la paz.

Liberó a su país, Polonia, de los grilletes del comunismo.

Sufrió un atentado mortal y perdonó a su enemigo.

Gestos magníficos y magnificados por los medios de comunicación.

Ad intra nada cambió. Esperábamos la renovación y vino la gloriosa restauración del pasado.

El 1 de mayo más de un millón de católicos se congregarán en Roma y orarán ante su ataúd exhumado y colocado en el altar mayor de San Pedro.

Yo me pregunto, cuando todos aplaudan al nuevo beato, ¿aplaudirá o se quedará sentado su Maestro?

Hay una imagen de Juan Pablo II que su Maestro no puede aplaudir. Juan Pablo II bendiciendo y abrazando al P. Maciel Degollado, fundador de los Legionarios de Cristo, ese lobo con piel de cordero  que violó y devoró a sus hijos y que Juan Pablo no vio o no quiso ver. Un gesto, una foto, un borrón…

Déjame ser quien soy y como soy y huir de la maldición de la perfección.