O B E D E C E   A   T U   S E D

P. Félix Jiménez Tutor, escolapio.

 

 

En las abundantes páginas sobre religión del Washingtonpost.com hay una sección titulada: My Faith, tell us your story, Mi Fe, cuéntenos su historia.

Recitar el Credo los domingos, aunque no se entienda y mecánicamente, está bien, pero abrir el libro de la propia vida y confesar su fe y su sed de espiritualidad a los demás está mucho mejor.

Refugiarse en fórmulas mágicas da seguridad, pero no sacia la sed de significado y cercanía.

Ya es un lugar común en la jerga clerical afirmar que el mundo necesita testigos, cuéntenos su historia, y no charlatanes, ventrílocuos.

Un testimonio, leído en el Washingtonpost.com que muchos católicos podrían suscribir es el de Mary Theresa.

Nacida en una familia católica fue bautizada y confirmada. Celebró su boda en una iglesia cristiana por sus discrepancias con la Iglesia Católica en materia sexual, el papel de las mujeres en la Iglesia y temas sociales.

Con el paso del tiempo llegó a la conclusión de que ser católico no es tanto una fe cuanto una cultura: escuela católica, rosario, cenizas, pescado los viernes, novenas, vidas de los santos, Misa de Gallo y de Pascua…miles de piezas de un puzzle y pistas redescubiertas que explican una vida.

"Para que mis hijos me conozcan tienen que conocer la Iglesia Católica de donde vengo y a la que pertenezco".

La religiosidad popular, manantial inagotable de ritos y procesiones, llena las guías turísticas y se asemeja a la planta de complementos del Corte Inglés.

La religiosidad popular, cultura y folclore, es la periferia de la religión. Es el agua que satisface la curiosidad, anestesia la conciencia y pone high a sus consumidores, pero no da en la diana.

No visiones proféticas ni viajes a la profundidad, sólo la calderilla y las monedas falsas de un viaje infantil a Disney World. Dios, el totalmente Otro, convertido en un utilitario para transportar todo lo accesorio.

Vivimos en tiempos tolerantes y ecuménicos en los que el catolicismo, cultura light, resucitada por el hombre viajero, lúdico y disperso, debiera volver a ser no una religión de nacimiento sino de elección.

La Iglesia Católica, gran escaparate que se renueva semanalmente, es un mero medio, nunca un fin, y no necesita clientes culturales sino creyentes que den en la diana y beban en la única fuente que sacia la sed, Cristo.

Yo, culturalmente católico, cada día que pasa necesito menos exterioridad y más interioridad, menos leyes y más espíritu, menos santos y más santidad, menos iglesia y más Cristo, menos moral y más amor, menos palabras y más Palabra, menos apologética y más vida.

Las espiritualidades se pueden beber en múltiples fuentes.

En el monasterio de Santa María de Huerta he bebido el silencio saturado de presencia divina.

En los carismáticos, discoteca del Espíritu, he sudado en la algarabía de la alabanza cacofónica.

En los episcopalianos el Reverendo Castle me animaba a pegarme con la policía por defender a los más marginados.

En los baptistas negros la música y la palabra me seducían, me exaltaban y me corrían.

Obedece a tu sed en las fuentes pasajeras de todas las religiones hasta que encuentres la única fuente cuya agua sea digna de ser bebida y tu sed obedecida.