PARA OCASIONES ESPECIALES

   

Mi cuñado abrió uno de los cajones del dormitorio de mi hermana y sacó un paquete todavía envuelto en papel de regalo con una nota que decía: “Esto no es una enagua. Esto es lencería”. Era pura seda y suavísimo al tacto. La etiqueta del precio, figura astronómica, no había sido eliminada.

Le compré esto la primera vez que fuimos a Nueva York hace nueve años. Nunca se lo puso. Lo estaba guardando para una ocasión especial.

Lo puso junto con los otros vestidos con los que mi hermana iba a ser amortajada, cerró con gran estrépito el cajón, me miró y me dijo:

Nunca guardes nada para una ocasión especial. Cada día que vives es una ocasión especial”.

Recordé esas palabras durante el funeral y los días siguientes mientras ayudé a mi cuñado y a mi sobrina a ordenar las cosas que siguen a una muerte inesperada. Todavía las sigo pensando y han cambiado mi vida.

No “guardo” nada; usamos la vajilla para ocasiones especiales como haber perdido un kilo, pisar la primera nieve, saludar las primeras flores, después de una vacuna…

Me pongo mi mejor chaqueta para ir al mercado.

No guardo mi mejor perfume para fiestas especiales: los vendedores de frutas y los banqueros y mis vecinos tienen narices que funcionan tan bien como las de los que asisten a las fiestas especiales.

Me esfuerzo muchísimo en no posponer o guardar algo que puede poner alegría y brillo en nuestras vidas.

Cada mañana, cuando abro mis ojos, me digo que es muy especial.

Cada día, cada minuto, cada latido es verdaderamente un regalo de Dios, digno de ser considerado como una ocasión especial.