LA PARROQUIA MUERTA

 

 

Érase una vez un sacerdote que fue nombrado párroco de una iglesia medio muerta. Los bancos eran muchos y los feligreses eran pocos. La inmensa mayoría le habían dado la espalda.

Pasaron los domingos y la congregación no crecía y, un domingo el nuevo párroco dio este anuncio a los feligreses: "La parroquia está muerta. El próximo domingo celebraremos solemnemente su funeral."

La noticia corrió de boca en boca.

Llegó el domingo del funeral y como nadie quería perdérselo, los antiguos feligreses acudieron en masa.

Delante del altar se podía contemplar un enorme ataúd..

El párroco, con entusiasmo pentecostal, narró el pasado glorioso de la iglesia. Y, con lamentos apocalípticos, dijo que su tiempo se había cumplido.

Al final de la misa, les invitó a todos a rendir su último homenaje a la parroquia muerta. Acercándose al ataúd, uno a uno, iban inclinándose ante el vacío ataúd. El fondo era un gran espejo. En él se reflejaban las caras muertas de la parroquia muerta. Todos se vieron retratados y sentenciados a muerte.

Aquel domingo vivieron una gran experiencia personal y comunitaria.

Aquel domingo, el del funeral de su parroquia, fue domingo de resurrección.

Todos decidieron estar vivos y dar nueva vida a su iglesia.
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