PERDER LA MEMORIA

P. Félix Jiménez Tutor, escolapio...

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En Cien años de soledad se cuenta la historia de un pueblo en el que sus habitantes comenzaron a perder la memoria. Ya no sabían cómo llamar a las cosas más sencillas. Y la comunicación se hacía así casi imposible. Un pueblo sin memoria era un pueblo sin pasado y sin futuro.

Uno de los habitantes que aún no había sufrido el vértigo del vacío decidió erigir dos grandes letreros. Quería recordar a sus paisanos dos verdades que no debían olvidar.

A la entrada del pueblo colocó un gran letrero que decía: "Mi pueblo se llama..." Y en el centro de la plaza otro que rezaba: "Dios existe".

Podían olvidarlo todo. Perder la memoria no es una tragedia. Pero ¿cómo olvidar el nombre de mi pueblo? ¿Cómo olvidar que Dios existe? Sería como enterrar el pasado y quedarse sin futuro.

Mi pueblo se llama Soria, Noviercas, Almazán... Mi pueblo es mi raíz, mi conciencia, mi ser, mi almacén de vivencias y nostalgias. Gracias a él soy lo que soy en el tiempo.

Dios existe. Dios es mi pasado y mi futuro. Vengo de lejos y voy muy lejos. Dios existe para mi y yo para él.

Gracias a él soy lo que soy en el tiempo y en la eternidad.

Mi pueblo y Dios, dos senos maternales que me mantienen vivo e ilusionado.

Perder la memoria es una tragedia cuando estas dos realidades esenciales se hacen añicos en el fragor de la vida.

Por favor, no pierdan la memoria.
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