SABÍA QUE VENDRÍAS

   

El corazón de un soldado de la primera guerra mundial se llenó de dolor cuando vio que uno de sus amigos de toda la vida había caído en combate.

Atrapado en la trinchera con las balas silbando por encima de su cabeza, el soldado se acercó a su teniente y le preguntó si podía salir y buscar a su compañero.

“Puede ir”, le dijo el teniente, “pero no creo que merezca la pena. Su amigo está probablemente muerto y usted puede terminar igual”.

Las palabras del teniente no le importaron. El soldado fue a buscarlo.

Milagrosamente consiguió llegar hasta él, cargarlo sobre sus hombros y llevarlo hasta la trinchera de la compañía. Cuando los dos cayeron al fondo de la trinchera, el teniente examinó el soldado herido y luego miró a su amigo.

“Le dije que no merecía la pena. Su amigo está muerto y usted está herido de muerte”.

“A pesar de todo valió la pena”, contestó el soldado.

“¿Qué quiere decir que valió la pena?, “su amigo está muerto”, le dijo el teniente.

“Sí, señor. Pero valió la pena porque cuando llegué hasta él aún estaba vivo y tuve la satisfacción de oírle decir, “Jim, sabía que vendrías”.