UNA GOTA, DOS GOTAS, TRES GOTAS

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Una gota, dos gotas, tres gotas de agua estaban muy contentas allá en el cielo metidas en una hermosa nube. Un día se dijeron:

Nos aburrimos de estar aquí arriba. Ya es hora de que dejemos esta nube. Así podremos hacer algo importante en la tierra.

Dicho y hecho.

La primera gota se asomó desde la nube y descubrió, allá en la tierra, una fuente de la que manaba un chorro de agua cristalina. Entonces se dijo:

¡Qué bonito! Quiero ir a esa fuente y ser igual que el agua. Soy una gota y brillaré con los reflejos del sol.

Así lo hizo. Bajó a la tierra y, lloviendo, se arrojó en el agua de la fuente. Brilló un instante y después se perdió para siempre.

La segunda gota, contemplando con admiración la tierra, se dijo:

Me gustaría bajar a la tierra y hacer algo importante. Es tan insignificante la vida en la nube.

Desde allá arriba vio una gran extensión de agua. Era el inmenso mar.

¡Oh, el mar! Si me zambullo  en él, tendré algo de su inmensidad y grandeza.

 No se lo pensó dos veces. Bajó a la tierra en la primera tormenta que pudo, se acercó al mar, brilló un momento con el sol y después se fundió en la inmensidad del océano. Ya nunca más se supo nada de ella.

La tercera gota, la última, miró la tierra desde la nube pensando:

 Si he de bajar a la tierra, sólo tengo un deseo. Yo no puedo hacer grandes cosas, a fin de cuentas no soy más que una insignificante gota. Pero desde mi pequeñez me gustaría llevar el bien a la tierra.

Fijó la mirada en las hojas de una florecilla que se marchitaba por el calor del sol.

¡Oooo! –se dijo- A esa florecilla le daré mi agua.

Aprovechó que caían otras cuatro gotas y bajó toda contenta. Orientó su caída hacia la flor. El sol resecaba sus raíces y moría sin ninguna esperanza. La gota se posó suavemente sobre la florecilla y al instante, al contacto con aquel dulce frescor, revivió. Poco a poco volvió a la vida. Apareció más bonita que antes y empezó a gozar de una nueva primavera.