ENTRE LAS VÍCTIMAS, UN SANTO

P. Félix Jiménez Tutor, escolapio

 

 

El 11 de septiembre recordaremos el décimo aniversario de la caída de las Torres Gemelas, símbolo laico de la gloria y el poder financiero.

Ground Zero, Zona Cero, lugar de peregrinación, de lamentos y lágrimas para los familiares de los tres mil caídos de más de 90 nacionalidades en sus puestos de trabajo, lugar para exhortar al coraje y a la unidad de la sociedad americana y lugar de citas para los turistas del mundo.

La Freedom Tower, la Torre de la Libertad, se empina lentamente hacia el cielo entre las ruinas y se inaugurará en el 2013. Sus 1776 pies de altura, 540 metros, evocan la fecha de las fechas, la de la libertad e independencia americana.

Un año más habrá oraciones, discursos patrióticos y llamada a hacer memoria y a luchar contra el mal y la recitación pausada de una letanía de nombres, los héroes anónimos.

Y entre las víctimas, un santo sin corona.

Mychal Judge, Padre franciscano que vivía en el famoso convento de la calle 31 de Manhattan, era capellán de los bomberos, servidor de los enfermos del sida y consejero del movimiento gay.

El 11 de septiembre, de entre los escombros, cinco bomberos sacaban un cuerpo sin vida, era el del P. Mychal Judge. Todos supimos después de la tragedia que el P. Mychal era gay y célibe. Uno de tantos curas gays que vivió con total fidelidad su voto de castidad.

Los bomberos, sus compañeros de fuegos y fatigas dijeron: “No nos importaba si era gay o no. Nosotros le queríamos”.

La iglesia de Todos los Santos de Syracuse, New York, acaba de erigirle una estatua como signo de inclusión para hacer caer en la cuenta a sus feligreses que en la Iglesia de Jesús todos somos ilegales y pecadores, que todos tenemos cabida y que tenemos que acudir a este hospital en busca de sanación.

Al P. Mychal, como gay, héroe y santo, no le molestará que se airee su orientación sexual, pero seguro que preferiría que se alabara su capacidad grande de servicio a los excluidos y de su valor frente a las tragedias de lo cotidiano.

“Si uno se mete en un edificio en llamas para servir sacerdotalmente a la gente a sabiendas de que puede morir, eso es la santidad”. Y eso es lo que hizo él el 11 de septiembre del 2001 y durante toda su vida.

Los obispos, ocultando su orientación, lo han puesto como modelo vocacional para los jóvenes.

Su vida y su muerte tienen un sentido mucho más profundo en este tiempo de las sospechas. Ser gay y célibe es posible. Ser cura y ser gay no es incompatible porque para Dios y desde Dios todo es posible.